Por Sebastián Turello. Los Turello, junto a otros periodistas, visitó la planta de fabricación...
Autoridades del IAE y de Banco Macro, en una ceremonia conducida por la periodista Verónica...
La empresa Aguas Cordobesas celebró el cierre del programa “Construyendo Futuro 2024", con la...
Suscribite al canal de Los Turello.
Por Claudio Fantini. El uso de eufemismos para reemplazar palabras como “ajuste” o “tarifazo” está en concordancia con la designación de Axel Kicillof al frente de Economía. Fue la señal inequívoca de que Cristina Kirchner deponía «profundizar el modelo» para cambiar de rumbo.
El sinceramiento de las estadísticas, el aumento de los combustibles, la reducción de subsidios en servicios públicos y demás medidas de ese tipo no podrían haber sido ejecutadas por economistas como Mario Blejer y Carlos Frábega, sin que las bases kirchneristas percibieran el final calamitoso del “nunca menos”.
Cristina Kirchner necesitaba que a semejante volantazo lo haga alguien percibido como un economista de izquierda. El encumbramiento de Kicillof no era la señal del rumbo a tomar, sino el señuelo para engañar a una militancia tan enamorada de las formas que hasta puede llegar a prescindir del fondo.
Y ese rasgo del núcleo duro de las bases kirchneristas confirma su pertenencia a la clase media.
Las mayorías populares pueden votar al kirchnerismo por una cuestión de subsidios o por el paso de la desocupación al empleo, o por el acceso al consumo, pero no se enamoraron de sus líderes ni abrazan “el relato” del modelo nacional y popular.
El enamoramiento ideológico y el embelesamiento con el discurso y la simbología kirchnerista es un fenómeno de clase media.
Eso es, precisamente, lo que revela el carácter apócrifo de la polarización política que impuso Néstor Kirchner. La polarización política es legítima cuando se produce sobre una fractura social, como la que separa a las oligarquías ostentosas de las mayorías hundidas en la pobreza.
Cuando esas oligarquías utilizan su poder para generar los mecanismos de fragmentación que mantienen divididas a mayorías desvalidas, no hay otra forma de confrontar con ellas que no sea polarizando políticamente esa fractura social.
Pero el kirchnerismo no generó polarización política a partir de una fractura social, sino a partir de la fractura cultural que se da en todas las sociedades entre culturas políticas liberales y culturas políticas autoritarias.
Son dos formas de entender la relación entre sociedad y poder. Dos naturalezas políticas. En toda comunidad hay mentalidades liberales, o sea refractarias a los liderazgos concentrados, verticales y personalistas que imponen su voluntad avasallando a veces a mayorías y otras veces a minorías; y mentalidades que aceptan el poder avasallante cuando los objetivos planteados se condicen con los propios o se comparte la misma ideología.
Esta fractura cultural está por encima de la dicotomía izquierda- derecha, al punto de que tanto la cultura política liberal como la autoritaria tienen sus respectivas izquierdas y derechas.
La diferencia con la fractura social, que se caracteriza por afectar a la totalidad de la sociedad, está en que la fractura cultural genera división y enfrentamiento casi exclusivamente en la clase media.
La “grieta” de la que se habla en la Argentina no enfrenta ricos contra pobres, sino un sector de la clase media contra otro sector de la misma franja económico-social.
La polarización generada por Perón y Evita enfrentó principalmente a la clase obrera con las clases media alta y alta. Lo mismo hizo Hugo Chávez en Venezuela. Ambas polarizaciones luego fueron mutando, pero tuvieron legitimidad de origen. En cambio la ilegitimidad de la polarización kirchnerista obliga a las dirigencias gubernamental y oficialista a crear un «meta-lenguaje» que permita disfrazar conceptos, para mantener el apoyo de esa base dura y fiel que está en la clase media.