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Por Claudio Fantini. Es probable que para zafar del malestar político que generaría dejar a Amado Boudou en la Presidencia, Cristina Kirchner dio a una faringolaringitis la categoría de impedimento para el viaje que debía realizar a Paraguay el miércoles último.
Pero la coartada tenía una contraindicación: le impide encabezar el acto por el 9 de Julio en Tucumán, dejando en su representación, inevitablemente, al procesado vicepresidente.
Que los invitados de honor sean gobernantes ideológicamente hermanados al kirchnerismo por el discurso, como son los casos del venezolano Nicolás Maduro, el boliviano Evo Morales y el ecuatoriano Rafael Correa, además del amigable presidente uruguayo José «Pepe» Mujica, atenúan el mal impacto de un acto de tanta importancia histórica, que será presidido por un funcionario con mala imagen y pésima situación judicial.
La protección a Boudou parte de la decisión presidencial de defenderlo, evitando un juicio político y rechazando el clamor opositor para que dé un paso al costado.
Pero para zafar de una, Cristina Kirchner cayó en otra situación que resalta la protección gubernamental a un hombre que debió renunciar, encarar un juicio político o, por lo menos, pedir una licencia para que su procesamiento no siga pesando sobre la totalidad del Gobierno.
Algunos acontecimientos históricos permiten calibrar la significación de lo que están haciendo Cristina y Boudou.
Hay casos en los que las pruebas no alcanzan para la condena judicial, pero sí para la condena política que decide un impeachment (proceso político).
A la luz de estos precedentes, a los que se suman las renuncias de los procesados vicepresidentes Spiro Agnew (gobierno de Nixon) en 1973, y Narcís Serra (gobierno de Felipe González) en 1995, plantea sospechas por la actitud de Cristina.
Nixon pidió la renuncia de su vice, mientras que Felipe González la permitió sin anteponer resistencias. En cambio, la Presidenta argentina, justificando su actitud en una supuesta conspiración mediática contra Boudou, defiende a un vicepresidente insostenible, actitud que alienta una oscura y creciente sospecha de complicidad.