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Por Claudio Fantini. Sin dudas que la que pasó fue una de las peores semanas para Barack Obama. Missouri ardía en protestas raciales por la muerte de un adolescente negro a manos de un policía blanco, cuando se difundió el video de la decapitación de un periodista norteamericano en el Medio Oriente.
■ Joven negro muerto. Las protestas masivas estallaron, una vez más, por los días que pasaron sin que se detenga ni se acuse de nada al policía que acribilló al muchacho afroamericano en Ferguson, una ciudad del medio-oeste donde la abrumadora mayoría de la población es negra y la casi totalidad de la policía es blanca.
Lo mismo ocurrió hace dos años en Florida y otras decenas de veces en distintos estados norteamericanos. A las consecuencias más trágicas las vivió California, a principios de la década de 1990, cuando cuatro policías de Los Ángeles permanecieron semanas sin imputación, a pesar de la filmación casera que los mostró linchando gratuitamente a un afroamericano llamado Rodney King.
El estallido de ira en Missouri prueba nuevamente un viejo problema. El racismo ha perdido mucho terreno en la política. En 1980, Jesse Jackson fue el primer precandidato presidencial negro. En la década siguiente, el general Colin Powell se convirtió en el primer negro en arribar a la máxima jefatura del poder militar y Conndolezza Rice fue la primera afroamericana en ocupar la Secretaría de Estado. La coronación del proceso fue el arribo de Barack Obama al Despacho Oval de la Casa Blanca. Pero estos triunfos en la política sobre el racismo, no se dieron en otros dos terrenos claves: la Justicia y la Policía, en los que sigue enquistado.
■ Periodista decapitado. Cuando la situación empezaba a calmarse en Missouri, irrumpió el video de la decapitación y se supo que el gobierno norteamericano había rechazado pagar 132 millones para que el periodista sea liberado en lugar de asesinado de la manera más brutal. Para Washington, pagar es fomentar próximos secuestros, por eso probó con una operación rescate que resultó fallida.
Por un lado, corresponde preguntarse por qué el mundo entero vio la decapitación de un periodista norteamericano, mientras que en buena parte del planeta (incluido estos lares) no se difundieron las decenas de decapitaciones y ejecuciones de soldados del ejército sirio que la misma milicia ha perpetrado en su guerra contra el régimen de Bashar al Asad.
En la guerra civil que estalló en Irak tras la caída de Saddam Hussein y la desarticulación del ejército nacional, esta misma organización, por entonces llamada Al Qaeda Mesopotamia, decapitó miles de chiítas, caldeos, asirios, siriacos y kurdos, pero en Occidente sólo se vio la decapitación del contratista norteamericano Nick Berg, a manos del líder y fundador de AQM: el jordano Abú Musab al-Zarqawi.
Estados Unidos ha vuelto a Irak no sólo por la cuestión humanitaria de proteger a las minorías que se están diezmando a manos de los los sanguinarios yihadistas, sino para equilibrar la influencia que Irán ha conquistado en el sur chiíta.
Los peshmergas (milicianos kurdos) estaban perdiendo terreno ante la ofensiva de los yihadistas, que habían llegado hasta las mismas puertas de Ebril, la capital del Kurdistán iraquí. Ayudar a los kurdos fue una oportunidad que Obama no dejó pasar para establecer un área de influencia norteamericana en el norte.
Pero nada es gratis y la primera cuota de la cuenta la pagó el periodista que fue decapitado.