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Por Claudio Fantini. Empieza a ser demasiado tarde para ser digno. Desde que Néstor Kirchner castigó a su vicepresidente con el ostracismo por haber opinado algo que no le gustó, Daniel Scioli había soportado con indignidad todo tipo de desprecio propinado por los líderes de su propio espacio político.
Iban a buscarlo cuando su buena imagen, de tipo “manso y tranquilo”, compensaba la agresividad del resto y lo hacía imprescindible a la hora de las urnas. Pero después lo mandaban al rincón penitencial de los diferentes.
Cuando empezó a mostrar su aspiración presidencial, incrementaron los actos de menosprecio. Ya no sólo de la líder máxima lo denostaba, sino el aparato periodístico y la intelectualidad militante.
Desde entonces se esperaba que, en algún momento, Scioli estallaría de hartazgo, se sacudiría la filiación no correspondida y rompería con Cristina y con la fuerza política que tanto desprecio le mostraba. Pero ese momento no llegó nunca. Siguió comportándose como esas esposas golpeadas y engañadas que no pueden salvar su dignidad, rompiendo con el marido infiel y maltratador.
A pesar de la ola de “cambio” que se generó con el resultado de la primera vuelta, el oficialismo sigue sin apoyar a su candidato. Pide votar contra Mauricio Macri, pero a Scioli ni lo nombra.
Cuando las urnas mostraron los estragos que le provocaron que le cargaran a Carlos Zannini y Aníbal Fernández, y que la Presidenta y el oficialismo se empeñaran en mostrar públicamente un apoyo tan sólo resignado, buena parte del país pensó que ya era hora de un claro rompimiento. Pero Scioli siguió soportando todo en silencio.
Cuando Hebe de Bonafini dijo que el gobernador bonaerense “hizo mierda la provincia, pero tenemos que votarlo igual porque lo designó Cristina”, quedó claro que la jefa de Estado no sólo ordena votarlo, sino también denostarlo. Y Scioli se perdió la oportunidad de aparecer en cámara diciendo “señora Bonafini, le pido por favor que no me vote; si usted cree que hice mierda la provincia, libérese de esa obediencia debida y no me vote”.
Habría sido una curita en los hematomas de indignidad que tanto afean su imagen, pero habría sido algo en su favor. Sin embargo, Scioli siguió aferrado a su silencio indigno.
Nadie lo elogia en el kirchnerismo. Todos atacan a Macri, sin defender al candidato propio. Quizá sea el último gesto de desprecio que soporta. Pero la ruptura vendría después del balotaje, si es que viene.
Triunfal o derrotado, el ex motonauta tendrá que rescatar su dignidad, sepultada en una montaña de desprecio y de humillaciones. Si no lo hace, quedará como un caso más de «síndrome de Estocolmo». Pero de ocurrir, ocurrirá, repito, después del balottage. Ahora, parece demasiado tarde para hacer lo que no hizo durante una larga década.