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Por Claudio Fantini. La marcha, en sí misma, es una muestra desesperada de impotencia. Argentina reclamó en las calles que cesen los maltratos y los asesinatos contra las mujeres en multitudinarias movilizaciones por #NiUnaMenos. Pero…¿a quién le reclamaron? ¿A las bestias que golpean, violan y matan mujeres, movidos por una mediocridad y un deterioro humano que alcanzan niveles criminales?
¿Ver las calles repletas de repudio los hará comprender lo repudiable de su acción? ¿Puede un abyecto cobarde calibrar la abyección de su cobardía? En todo caso, tiene más lógica que el reclamo apunte al sistema judicial, para que comience a trabajar más seriamente en una problemática que ha adquirido semejante dimensión. También a la clase dirigente y, en particular, los legisladores, deben recibir ese mensaje desolado. En definitiva, desde las leyes, hay cosas por hacer.
Pero lo que debiera cambiar ese alarido estremecedor es esa suerte de magma degradante que ha entrado en putrefacción. Desde los medios de comunicación, en los que autores que cultivaron un machismo obsceno, como los hermanos Sofovich, siempre usaron a las mujeres como cuerpos descerebrados; en los programas de entretenimiento conducido por un varón, que cuenta con mujeres en el rol de mudas asistentes; hasta las empresas que usan promotoras exuberantes y las que condicionan el empleo femenino a las virtudes físicas.
6. Porque los medios de comunicación siguen reproduciendo prácticas machistas, marchamos. #VivasNosQueremos #NiUnaMenos
— Ni Una Menos Córdoba (@niunamenosCBA) 19 de octubre de 2016
También los que hacen producciones pornográficas, ya sean profesionales o caseras, en los que la mujer cumple un rol sexualmente vejatorio y denigrante.
Tampoco la sociedad, como un todo, parece consciente. Y a esa conciencia debe apuntar este alarido contra la violencia de género.
Quienes dirigen y quienes actúan en programas, películas o producciones caceras, en los que la mujer aparece como un objeto sumiso del instinto masculino. Todos empujan un poco la mano criminal del que golpea, viola o mata a una mujer.
La mediocridad y el fracaso pueden engendrar monstruos que buscarán descargar sus frustraciones sobre algún supuesto “ser inferior”. Así como el cine y la televisión se permitieron hacer bullying a la homosexualidad, presentándola como una perversión o una anomalía; la industria de la excitación, con la complicidad de muchísimas mujeres, lleva décadas difundiendo la imagen de la mujer en un degradante servilismo sexual.
Seguramente, quienes producen y quienes consumen esa modalidad de relación sexual, no son conscientes de las consecuencias que en la realidad tiene semejante degradación.
Tampoco la sociedad, como un todo, parece consciente. Y a esa conciencia debe apuntar este alarido contra la violencia de género.