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Por Claudio Fantini. La defensa de Michel Temer no disipó el sismo que parece derribarlo. El turbio mandatario usó como escudo dos afirmaciones muy endebles. La primera, que la grabación que lo registra avalando la continuidad del soborno al encarcelado Eduardo Cunha para obtener su silencio ha sido manipulada y editada. La segunda, que el empresario que lo traicionó al grabar esa conversación, había efectuado una millonaria compra de dólares especulando con la devaluación que produciría «la bomba» que él haría explotar en Brasil.
Sobre la primera afirmación hay que decir que sería negligente que la Justicia brasileña enviara al empresario Joesley Batista –titular de uno de los grandes grupos de Brasil: JBS– en una misión de ese tipo, sin recibir la grabación ni bien sale del cónclave en el que se realizó.
A esa acción la ordenó la Justicia, entonces se supone que tomó las medidas destinadas a que sea útil, sin posibilidad de adulteraciones. De tal modo, si alguien editó la grabación para usarla arteramente contra Temer, fue el Poder Judicial y no el empresario que se prestó para obtener la prueba del delito.
O sea que esta parte de la defensa de Temer implica un ataque a la Justicia, y está claro que en Brasil los jueces del Lava Jato tienen mucha más credibilidad que la corrupta clase política que integra el turbio mandatario.
Respecto al segundo argumento del acosado presidente, que denuncia una maniobra especulativa que lograría el resultado buscado haciendo estallar la bomba que explotó en el Planalto, corresponde decir lo siguiente: sería muy extraño que un empresario, con largos años realizando la corrupta maniobra del soborno, no haya especulado para sacar alguna ganancia de la acción que acordó con la Justicia. Ese beneficio compensaría la multimillonaria multa que deberá pagar para que su empresa pueda seguir operando. ¿Por qué razón habría que esperar que un empresario tan corrupto no sea también un inescrupuloso especulador?
La defensa ejecutada hasta el momento por Temer no revierte su situación político-judicial ni el problema político-económico que atraviesa Brasil.
El problema político-económico que acelera el derrumbe de Temer es que -al igual que Dilma Rousseff en la antesala del impeachment (juicio político)- se quedó sin músculo para conducir el timón y sacar al Brasil de las tempestades que demoran su reactivación económica.
Igual que con Dilma en el tramo final de su segunda presidencia, cuando los empresarios brasileños miran al capitán de la nave, con la esperanza de ver a un piloto de tormentas, lo que ven es un timonel sin brazos, tambaleándose en la tempestad.