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Por Claudio Fantini. La declaración de James Comey es una bomba que estalla sobre la administración de Donald Trump, dejándolo más cerca del juicio político. Todavía falta mucho, pero el camino que se abre ante el magnate que preside la Casa Blanca, aunque sea largo, conduce inexorablemente al impeachment, como sucedió con Bill Clinton.
Entre los primeros tramos de esa carretera con destino inexorable, está la declaración del ex director del FBI al Senado. En ella, confirma que Trump intentó persuadirlo de que cerrara el caso de la injerencia rusa en el proceso electoral que lo convirtió en presidente.
Desde que con su muerte en 1972 concluyó el largo reinado (37 años) de John Edgar Hoover al frente del FBI, se estableció el tope de 10 años al frente de la entidad. La única destitución de un director del FBI, antes de que Trump lo hiciera con Comey, fue la de William Sessions.
Lo había designado Ronald Reagan y lo destituyó Bill Clinton, pero no por su conocida antipatía hacia el demócrata de Arkansas que llegó a la presidencia, sino por probados actos de corrupción, como haber dotado a su residencia de un sistema de seguridad extremadamente caro que le hizo pagar al FBI y haber utilizado el avión oficial para realizar viajes privados.
A James Comey nadie puede acusarlo de antipatía con los republicanos porque, en plena campaña electoral, inició contra Hillary Clinton investigaciones que perjudicaron a la candidata demócrata.
Había razones para sospechar que Comey quería favorecer a Trump. Sin embargo, el magnate inmobiliario decidió despedir al titular del FBI. La razón parecía evidente, incluso antes de que Comey enviara al Senado su testimonio sobre las eventuales presiones que recibió del presidente para que dejara de investigar las relaciones de Michael Flynn con la embajada Rusia y demás contactos del Kremlin con la campaña del candidato republicano.
Un presidente tiene la atribución de despedir al jefe del FBI, pero no se estila. Por lo tanto, debe ser claramente justificada.
La que ordenó Trump no podía sino levantar sospechas. Fue un acto increíblemente inteligente que no podía tener otra consecuencia que ésta: la declaración ante el Senado que abre la puerta al largo proceso que parece destinado a desembocar en un impeachment.
Lo único que debe sorprender es la negligencia de Trump. Lo demás es la crónica de un desenlace anunciado.