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Por Claudio Fantini. El indulto a Alberto Fujimori parece el precio inaceptable que pagó Pedro Pablo Kuczynski para mantenerse en el gobierno de Perú. La sensación de miles de compatriotas es que el presidente vendió su alma al diablo en la vía pública y ante la mirada estupefacta del país. Ni siquiera demoró unos días para cumplir lo que sería su parte en el presumible acuerdo, por el cual un puñado de legisladores fujimoristas se abstuvo de votar la destitución. El indulto llegó a renglón seguido de la votación en la que logró salvar su presidencia.
Lo que no salvó Kuczynski es su propia imagen. Probablemente, la caja de Pandora que se abrió con el indulto a Fujimori termine también carcomiendo el gobierno de este economista liberal.
A la coalición que se formó para evitar que Keiko Fujimori llegue a la presidencia, le será difícil digerir la excarcelación de quien encarna autoritarismo y eficacia sin escrúpulos.
Fujimori, de profesión ingeniero agrónomo, llegó al poder venciendo a Mario Vargas Llosa y luego lo conservó al derrotar al ex titular de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar.
Durante su gestión, logró éxitos impactantes en el terreno militar. Acabó con Sendero Luminoso, exponiendo a su líder, Abimael Guzmán, enjaulado y con traje a rayas. Derrotó después al Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), mediante la operación que mató al comandante Cerpa Cartolini y a la cúpula de la guerrilla, quienes habían ocupado la residencia del embajador japonés cuando se celebraba la coronación del emperador Akihito.
Posando junto al cadáver del jefe guerrillero, al modo del cazador con el pie sobre su presa, Fujimori volvió a mostrar su eficacia sin escrúpulos.
Lo grave del indulto al hombre que cerró el Parlamento y que, a través del siniestro jefe de los aparatos de inteligencia, Vladimiro Montesinos, controló -mediante el espionaje y el chantaje a empresarios, opositores y medios de prensa- es que no estaba preso por la corrupción de su régimen, sino por las violaciones a los derechos humanos cometidas en la guerra sucia contra las insurgencias.
Por la masacre de La Cantuta y otros crímenes políticos del Grupo Colina, que operaba bajo las órdenes directas de Montesinos, era imprescindible que Fujimori cumpliera la totalidad de su condena.
Lejos del dictador que exhibía a sus presas muertas o enjauladas, ahora apareció enfermo para agradecer el indulto recibido y pidiendo perdones que jamás había pedido.
Aún débil y mendicante, Fujimori sigue abatiendo adversarios. La última víctima del gran predador es la respetabilidad de Kuczynski, el hombre que lo indultó para seguir siendo presidente.