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Por Claudio Fantini. Después de largas horas desde que se produjo la masacre en Florida, el presidente Donald Trump apareció en la televisión con un mensaje sobre el tema. Pero se limitó a dar las condolencias a los familiares. No hubo ni una reflexión ni una frase sobre esa patología exclusivamente norteamericana, que es una de las mayores causas de muertes violentas en los Estados Unidos: el uso y posesión de armas de guerra.
No es la primera vez que Trump elude esta cuestión. En su primer discurso del Estado de la Unión, que es el discurso institucional más importante del año, Trump ocupó el capítulo de las muertes violentas con largos minutos a las “maras”, sin decir ni una palabra sobre el fenómeno criminal típicamente norteamericano, que ha causado más víctimas: las masacres causadas por lunáticos con fusiles de repetición.
Un puñado de semanas antes, un psicópata había usado su arsenal personal en una habitación de hotel, para regar de sangre Las Vegas, al disparar a mansalva sobre la multitud que se aglutinaba en un festival de música country.
Igual que todos los que obstruyen debatir el tema del armamentismo en la sociedad, Trump sabe bien que la cuestión no es el derecho a poseer armas. El tema de fondo es el derecho a poseer arsenales con armas de guerra. En muchas sociedades, el ciudadano puede tener un arma. Pero una cosa es tener una escopeta, un rifle o una pistola, y otra muy distinta es tener un fusil de repetición.
Trump sabe que el debate de fondo no es el derecho a tener un arma, sino poseer un arsenal de armas, incluidos fusiles de repetición.
No habían terminado de recoger los cadáveres en la escuela de Florida, y ya los defensores del armamentismo enarbolaban la segunda enmienda de la Constitución, que establece el derecho de los ciudadanos a las armas.
La segunda enmienda figura en la Carta de Derechos que fue aprobada en 1791, cuando las únicas armas que había en Estados Unidos eran las espadas, los mosquetes y los trabucos. Ni siquiera existían el revólver Colt, el fusil Winchester y la pistola Smith and Wesson.
Es absurdo interpretar esa enmienda al pie de la letra, existiendo las armas de este tiempo.
La ráfaga que despide un fusil de asalto o una ametralladora, puede matar decenas de personas con una gatillada. Éste es el debate que los lobbies defensores de las armas, como la Asociación Nacional del Rifle (ANR), un financista clave de campañas electorales, siempre logra obstruir.
Igual que los sectores más conservadores de los grandes partidos, particularmente fuertes en el Republicano, después de cada masacre maniobran para que el debate sea “armas sí; armas no”, cuando la verdadera cuestión es el patológico derecho ciudadano a poseer arsenales, y su consecuencia inexorable: una sociedad plagada de armas de guerra.
La ANC y los demás defensores de las armas plantean, ante el caso de la escuela de Florida, que el problema no fue el arma, sino la violación de la ley. Esto es: si los menores no pueden comprar un fusil como el Colt AR-15, el joven Nikolas Cruz, que masacró a 17 alumnos y maestros en Florida, consiguió el suyo al comprarlo en la calle o al robarlo, ergo violando la ley.
Pues bien, Stephen Paddock, el hombre que aniquiló a más de medio centenar de personas en Las Vegas, no era un menor. Tampoco el autor de la masacre de 2016 en una disco de Orlando. En rigor, la inmensa mayoría de los autores de masacres no fueron menores ni robaron las armas que usaron para exterminar. Y en todos los casos fueron armas de repetición. La más usada es el AR-15, versión policial y civil del M-16, el equivalente norteamericano del AK-47, y mucho más poderoso que el célebre fusil ruso.
El M-16 es el arma que usan los marines en las guerras, y su versión policial es la que se usa en las recurrentes masacres civiles.
Este nuevo episodio de una vieja patología debiera superar de una vez por todas las estratagemas que siempre se usan para desviar el debate, que debiera centrarse, no en el derecho a tener un arma, sino en el insólito derecho a poseer arsenales que incluyen armas de guerra.