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Por Claudio Fantini. Los twitts y mensajes de Jair Bolsonaro constituyen un estropicio diplomático que evidencia negligencia política, además de falta de equilibrio para ocupar el cargo de presidente de Brasil. Se trata de un desquicio diplomático porque implica injerencia de un gobernante en los asuntos internos de otro país, en este caso el de la Argentina en relación con su candidato más votado, Alberto Fernández.
Aunque personajes como Donald Trump y, en su momento, Hugo Chávez, hayan aportado lo suyo para que las sociedades actuales naturalicen ese tipo de conductas, en algún momento habrá que recobrar la sensatez de considerarlas lo que son: inaceptables injerencias en los asuntos internos de otro país.
Bolsonaro, además de las injerencia en los asuntos de la Argentina, descalificó el pronunciamiento de la sociedad en las urnas.
Alberto Fernández no debió responderle, aunque lo que dijo sea rotundamente cierto. En definitiva, llamar misógino y racista a Bolsonaro no es insultarlo, sino describirlo. Pero el candidato que ganó las PASO habría mostrado más equilibrio de no haber dicho nada. Ni siquiera hacía falta.
Lo de Bolsonaro fue otra muestra de su incontinencia barbárica. Ameritaría, incluso, que el Congreso de Brasil debata si no es causal de juicio político.
Alberto Fernández no hizo bien en responderle, pero él no es un jefe de Estado. Ni siquiera es el presidente electo. Mientras que Bolsonaro representa a un Estado y a una Nación.
Esos destemplados pronunciamientos que bombardean el futuro cercano del Mercosur y la armonía política en la región, además de ser un estropicio diplomático que muestra graves desequilibrios en un jefe de Estado, evidencia también negligencia política.
Posiblemente, Bolsonaro crea que le está dando una mano a Mauricio Macri, pero –en realidad- le está dando el abrazo de un oso.
En algún momento, la región deberá recobrar la lógica de que los presidentes actúen con máxima responsabilidad, que asuman que no se representan a sí mismo sino a sus sociedades, y que sus pronunciamientos pueden provocar gravísimos daños en las relaciones entre las naciones, más aún entre las integrantes de un acuerdo.
Los instrumentos de integración como el Mercosur no pueden depender de afinidades políticas, sino de lógicas institucionales.
A los pasos que dio Europa en el camino de la integración lo acordaron mandatarios socialdemócratas y conservadores, quienes negociaban con la mirada puesta en los objetivos, no en las ideologías.
Habrá que avisarle al insólito Jair Bolsonaro que los primeros pasos hacia el Mercosur fueron dados por un presidente socialdemócrata y un presidente conservador: Raúl Alfonsín y José Sarney, respectivamente.