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Por Claudio Fantini. Todos hablan de diálogo y de la necesidad de superar el clima de odio imperante. Sin embargo, casi no hay esfuerzos genuinos para promover el diálogo como instrumento fundamental en la política. Tampoco aportan reflexiones que ayuden a la sociedad a vislumbrar la dimensión del peligro que implica este clima de aborrecimiento.
Odio es la palabra que recién ahora está en el centro del debate, a pesar de ser la gran protagonista desde hace ya largos años.
El síntoma más claro de la contaminación de odio que infecta a la sociedad, es que en las reuniones familiares y de amigos no se puede hablar de política, porque todo termina realmente mal.
En la dirigencia argentina todos dicen lo que habría que hacer, pero no nadie hace nada porque no es negocio político.
El silencio sobre política que salva las mesas familiares y las reuniones de amigos, es revelador de la inquietante dimensión adquirida por el aborrecimiento a los que están en la vereda de enfrente.
Como en muchas partes del mundo, en este tiempo de sociedades fracturadas, demasiados argentinos han adquirido un apetito pantagruélico de alimentarse con todo lo que descalifique y demonice a “ellos”, que están frente al “nosotros”.
La atención de las parcialidades fanatizadas las consiguen los que digan, como señaló Jean-Paul Sartre en una de sus obras, enfer c´est les autres: el infierno son los otros.
A esa forma de acrecentar las bases y amasar poder, la iniciaron Néstor y Cristina Kirchner, desde que describieron las trilladoras y cosechadoras de los piquetes rurales como los “falcon verdes”, que se usaron en la dictadura militar
Ese “otro” que criticaba al kirchnerismo, no puede ser un demócrata, sino un continuador de los generales genocidas.
“Macri, basura, vos sos la dictadura”, es la consigna que resumía el arma retórica para demonizar al adversario describiéndolo como “enemigo”, como sugiere Ernesto Laclau.
El filósofo recicló -para uso de la izquierda- el pensamiento del pensador en el que abrevó el nazismo: Carl Schmitt.
6,7,8 fue un programa televisivo emblemático de esa forma sórdida de hacer política.
Pero hace ya varios años que la oposición también se infectó de aborrecimiento. Al menos varias figuras prominentes de la oposición hicieron de la radicalización y el desprecio al centrismo, su instrumento para conquistar respaldo en las bases exaltadas.
El método de la iracundia prendió, además, en los medios de comunicación, apareciendo también en el terreno crítico al kirchnerismo.
Es un método eficaz para obtener y mantener audiencias numéricamente significativas.
Pero las audiencias fieles al discurso agresivo tienen comportamiento de hinchada. Y las hinchadas son parcialidades. No necesitan entender, sino satisfacer a como fuere los apetitos de su identidad.