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Por Claudio Fantini. El mensaje de Javier Milei, tras asumir la presidencia, fue excepcionalmente duro. No son muchos los líderes que, como Winston Churchill, que anunció “sangre, sudor y lágrimas” o Margaret Thatcher, quien anticipó una “revolución conservadora”, han dado anuncios tan desoladores como el que el flamante presidente dio frente al Congreso. .
Era una escena extraña. Ante a una multitud, el flamante mandatario generaba otro hecho inédito: el primero fue haber hecho campaña prometiendo ajustes dolorosos y, aun así, ganar la elección.
Milei anunció un ajuste drástico, cuya aplicación no será con gradualismo sino mediante políticas de shock.
Y el segundo fue anunciar, luciendo la banda y el bastón, “supremos esfuerzos y dolorosos sacrificios”.
Los aplausos y ovaciones esparcidas entre silencios, evidenciaban que, igual que en la campaña, no todos entienden cabalmente el significado práctico (en los bolsillos de cada uno) de lo que decía.
Esos profundos ajustes “caerán sobre el Estado y no sobre las empresas”.
Puede beneficiar a las empresas la reducción de impuestos y el fin de la madeja de regulaciones, pero -en muchos otros aspectos- el ajuste en el Estado puede perjudicarlas.
Las compañías privadas tienen una fuerte dependencia del Estado a través de protecciones, contratos y subsidios.
¿Cómo hará el Gobierno para evitar que el ajuste impacte de manera demoledora, en la languideciente capacidad de consumo y de acceso a la salud y a la educación de las clases medias y medias bajas?
Con una extraña mezcla de esperanza y miedo, Argentina ingresó a la dimensión desconocida. El mundo la observa con atención.
Aun corrido al centro y mostrando un novedoso pragmatismo, Milei implica un experimento: el primer gobierno “libertario” de la historia mundial.
El primero que prometió convertir en programa de gobierno las teorías económicas de Murray Rothbar, Friederich Hayek, Ludwig von Mises y otros teóricos de vertientes radicalizadas.
El fundamentalismo religioso es convertir los fundamentos de una religión en programa de gobierno, como hacen los talibanes afganos y los ayatolas chiitas de Irán.
A la vez, convertir en un programa de gobierno los fundamentos de teorías económicas implica también un fundamentalismo.
Argentina es observada como un experimento, aunque aún es posible que el corrimiento de Milei hacia posiciones centristas y pragmáticas, termine generando un gobierno moderado de centroderecha.
El objetivo es aplicar reformas imprescindibles para acabar con el Estado elefantiásico e inútil, que fue colonizado por la clase política decadente y sofoca a la actividad privada.
A pesar de ser el primer líder que dice lo que piensa y anuncia lo que de verdad planea hacer, la incertidumbre es muy grande.
No está claro qué porción de lo anunciado podrá efectivamente realizar y cómo reaccionará ese sector tan asfixiado de la sociedad que son sus clases medias y medias bajas.
La paradojal convivencia de la esperanza y el miedo en el clima generado por Milei, revela la complejidad del momento.
Lo que sí está claro es que la razón de la esperanza que convive extrañamente con el miedo.
Ayer, una porción mayoritaria de argentinos disfrutó el esperanzador alivio de ver partir a los máximos responsables del calamitoso gobierno saliente.
Cristina Kirchner presidió el acto de asunción, y con las manos en los bolsillos, junto a un ligero bamboleo displicente, mostró las turbulencias emocionales que la perturbaban.
Cayó el telón sobre un liderazgo ideologizado, mesiánico y sectario, conducido desde un ego descomunal.
En Argentina, la muerte política de un liderazgo que fracasó dura hasta que se produce el fracaso del siguiente gobierno.
Después fracasar catastróficamente su última invención política, la esperanza de la líder kirchnerista está en lo que la mayoría esperanzada teme: que fracase también el gobierno de Milei.