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Por Claudio Fantini. Para Javier Milei la decisión del Comité Nobel fue una mala noticia por partida doble. Por un lado, defraudó su expectativa de ganarlo, para la cual había llevado adelante una campaña con lobbies de posicionamiento y el apoyo de dirigentes ultraconservadoras de varios países. Por otro lado, los premiados expresan una posición diferente a la que él sostiene de manera radical.
Los autores del libro Por qué fracasan los países –Daren Acemoglu y James Robinson, además de Simon Johnson– recibieron la máxima distinción a nivel mundial en el terreno de la economía.
La imagen de Milei autopromoviéndose como merecedor del premio más anhelado por escritores, científicos y políticos, quedó un ridiculizada por la decisión final del Comité Nobel.
El segundo mal trago fue que, además, los economistas que recibieron el preciado galardón tienen una mirada en gran medida opuesta a la de Milei sobre los caminos para el desarrollo económico y la prosperidad de las sociedades.
En realidad, el anuncio de los premiados no hubiera sido tan mala noticia para el presidente, más aun, habría quedado diluida por los indicadores económicos que generan triunfalismo en su Gobierno, como la caída del riesgo país y de la inflación, por ejemplo.
Igual que el Premio Nobel de la Paz entregado a Nihon Hindakyo, la fundación japonesa de sobrevivientes al holocausto nuclear de 1945, el Nobel de Economía fue también una decisión apuntada a dar al mundo un importante mensaje en este momento de la historia.
Una etapa en el que poderosos empresarios como Donald Trump y Elon Musk, además de varios políticos de la ola ultraconservadora en crecimiento, procuran cifrar el éxito económico de una sociedad exclusivamente en la libertad ilimitada de las empresas para la acumulación de riqueza, incluso constituyendo monopolios que estén por encima de los estados nacionales.
A contramano de esa línea, el economista turco-norteamericano Acemoglu y los británicos Robinson y Johnson expresan que el crecimiento sostenido, hasta el nivel de desarrollo socioeconómico, son consecuencias de instituciones que evitan la concentración de riquezas en pocas manos y, por ende, favorecen la distribución en porciones lo más amplia posible de la sociedad.
En el libro Por qué Fracasan los Países, que Acemoglu y Robinson publicaron en 2012, sostienen que el éxito o fracaso de los países está determinado por la calidad de las instituciones políticas y económicas.
Este concepto va a contramano del dogma libertario que predica la desaparición total o casi total del Estado y desconoce el rol positivo de las instituciones en la construcción del desarrollo económico y social de un país.
Los laureados las llaman “instituciones inclusivas”, porque fomentan la participación amplia de la sociedad y buscan el bienestar de importantes mayorías.
Esas instituciones son el instrumento para lograr crecimiento económico sostenido, que es el que lleva al desarrollo de los países.
Al contrario, Acemoglu y Robinson califican de “instituciones extractivas” la concentración del poder político y económico, además de la riqueza en muy pocas manos, lo que hace es conducir al estancamiento y al colapso económico.
Más allá de lo que puede estar generando la política que aplica Milei, la teoría económica, que eleva al rango de verdad absoluta, está lejos de lo que sostienen los ganadores del Nobel.