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Por Rosa Bertino. Córdoba tiene alfajores,“chichís”, tonada y cuarteto. Sin mucha pompa y con justificado orgullo, el cuarteto acaba de celebrar 70 años de prolífica existencia. La definición que aparece en Internet se ajusta a la idea de que no surgió en Córdoba capital sino en el campo.
Es un “heredero directo de la música que trajeron inmigrantes italianos y españoles, en especial el pasodoble y la tarantela”. Puede ser.
Pasa que aquel cuarteto no tiene nada que ver con el que hoy resuena en nuestros oídos desde las radios populares o en las cenas de congresos internacionales. El ritmo que debutó en 1943 con el Cuarteto Leo emanaba de cuatro instrumentos: piano, acordeón, contrabajo y violín, interpretados por Leonor Marzano, Miguel Gelfo, Augusto Marzano (padre de Leonor) y Luis Cabero, respectivamente.
Todo eso es historia. Hermosa historia, que pertenece a un pasado que nos parece remoto. La misma ciudad cuya universidad ha sido una de las más influyentes de Sudamérica (de ahí sale el apodo de “la Docta”), también es la cuna del ritmo más popular y popularizado. La Universidad cumplió 400 años; el cuarteto celebra 70.
En la década del ´60, los bailes de La Toscana, aquel legendario predio próximo a la Juan B. Justo, terminaron de urbanizarlo y proletarizarlo. Hasta bien avanzados los años 1980, el cuarteto era “cosa de negros”. Después vino la onda contraria. Si revisamos estilos de vida y modelos políticos y económicos, podemos marcar con una cruz la instauración del populismo.
En los ´90, el cuarteto ya era ejecutado por una orquesta bien sonora y con un vocalista carismático. Quizá este sea el gran mérito de Carlitos “la Mona” Jiménez: el haber expandido definitivamente el horizonte cuartetero.
En la actualidad, los viejos conviven o sobreviven a los nuevos intérpretes. Trulalá tuvo que dejar paso a La Barra y “el rey” Pelusa debió emprender otros rumbos … hasta que se decidió a volver y se reencontró con el éxito.
Córdoba es prácticamente la única provincia en la que no logró entrar la “cumbia” villera, la exitosísima movida “bailantera” nacida en la hacinada y conflictiva periferia porteña.
Ese sería el lado más positivo. Por el otro, vale recordar que la ex rectora, Carolina Scotto, intentó ponerle un límite a los bailes que se hacían en el Comedor Universitario. “La Universidad está para recitales folklóricos o étnicos”, argumentó la doctora. “¿Folklore? Eso no es popular”, le contestaron los centros de estudiantes, ávidos de Monas y Pepas.
Es un hecho que el famoso “tunga–tunga” fue impuesto por la propia Leo y como dice la ‘Mona’ Jiménez «no lo van a sepultar».