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Por Claudio Fantini. Si la muerte de Claudio Bonadío se hubiese producido por un repentino ACV o un sorpresivo ataque al corazón, las horas transcurridas desde la mañana del martes habrían sido tensas e inquietantes, porque las teorías conspirativas se habrían multiplicado a la velocidad de la luz. Sobre todo la vicepresidenta Cristina Kirchner se habría puesto muy nerviosa porque se trataba del magistrado que más causas llevaba contra ella y a quien más explícitamente aborrecía.
Sin embargo, en los anuncios periodísticos sobre el deceso nada sembró sospecha ni inquietud porque meses atrás el juez federal había sido sometido a una compleja operación por un tumor cerebral. Desde ese entonces, la fragilidad resultaba evidente.
Bonadío murió por causas naturales y eso contuvo las suspicacias, sospechas y teorías conspirativas. Incluso, más allá de las fronteras argentinas.
En la historia judicial de Bonadío hay claroscuros, muestras de coraje y osadía, pero también muestras de ambiciones desmedidas y ensañamientos.
El lado oscuro comienza por “la servilleta de Corach”, mediante la cual accedió en 1994 al juzgado federal que presidió hasta su fallecimiento. También la muerte de dos hombres a los que baleó con su pistola Glock en 2001. Los testimonios señalaron que fue en defensa propia, cuando los sujetos armados lo abordaron para asaltarlo o para atentar contra él, y dejaron herido de bala a un amigo del juez.
Bonadío fue controversial, pero también expuso coraje y decisión para avanzar en causas que lo enfrentaban con el poder durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (CFK). Nadie acumuló tantas denuncias y procesos contra CFK.
Las causas “Cartelización de la Obra Pública”, “Cuadernos de las Coimas”, “Memorándum con Irán”, Hotesur y Los Sauces son algunas de las que lo llevaron a pedir dos veces el encarcelamiento de Cristina Kirchner. También impulsó causas discutibles, como la del “Dólar Futuro” y otras menores, como la del uso particular del avión presidencial.
En 2015, Cristina lo llamó “pistolero y extorsionador”, y recientemente lo calificó como “sicario”. Para el kirchnerismo, Bonadío era el engranaje principal del “lawfare”.
Lo cierto es que, en varias ocasiones, Bonadío mostró conductas que pueden describirse como ensañamiento. Cometió el error profesional de exponer una animada aversión hacia su principal acusada. La sometió a ciertos maltratos procesales y todo eso, no jugó a favor de demostrar la culpabilidad de la acusada, sino más bien fue funcional a la defensa de ella.
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La envergadura de lo investigado imponía a los fiscales y jueces de esas causas actuar sin veleidades ni afanes de estrellatos o aspiraciones de quedar en la historia.
Bonadío no será un ejemplo de esas actitudes imprescindibles en los jueces. Pero eso no justifica ni resta brutalidad política a las numerosas muestras de satisfacción expresadas por allegados y seguidores de Cristina Kirchner.
Más allá de sus errores y desmesuras, Bonadío investigaba casos en los que no es una conspiración sino el sentido común, lo que señala con el dedo acusador a la actual vicepresidenta.
«La ola de ataques a Bonadío recién muerto, es oscura y negligente como la que se ensañó con el cadáver de Nisman…»
Causas como la del “Dólar Futuro” pueden discutirse y cuestionarse, pero otras, como la de la cartelización, los cuadernos, Hotesur y los Sauces, el memorándum con Irán y otros, muestran a simple vista que Cristina Kirchner ha sido, o bien parte de esos entramados oscuros y corruptos, o bien una mandataria tan negligente como para no darse cuenta de lo que ocurría bajo sus narices y era detectable a simple vista.
La ola de ataques a Bonadío recién muerto, es oscura y negligente como la que se ensañó con el cadáver de Nisman, aunque menos grave porque lo que mató al juez federal fue un tumor en la cabeza y no una bala, como la que acabó con la vida del fiscal que la acusaba.