Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Eugenio Gimeno Balaguer. En tenis, un “error no forzado” es cuando se pierde un punto por una falla atribuible a uno mismo. El ejemplo más claro es la doble falta en el saque. Uno mismo pierde el punto por una deficiencia propia, sin que el adversario haga nada para ello. ¿Esto puede pasar en la gestión oficial?
A veces, no damos tiempo para que todo fluya normalmente; aceleramos los tiempos y las cosas forzadas no salen bien. En Wimbledon los favoritos, tanto Djocovich como Federer, tuvieron resultados muy lejos de los esperados.
Cuando uno analiza con detenimiento todo el partido advierte que generalmente en las derrotas siempre hay mayor cantidad de errores no forzados, es decir, faltas que quien toma la iniciativa comete. ¿Estaban bien preparados? ¿Hubo apresuramiento? ¿Evaluaron bien la circunstancia? ¿Hubo improvisación?
En las que tuvimos en el país tanto en el orden nacional, provincial como municipal, podría escribirse un libro sobre las improvisaciones de los gobiernos, de las marchas y contramarchas, de decidir algo y, al no contar con todos los medios para ejecutarlo, dejarlo en suspenso con inversiones mal realizadas y, por consiguiente, desperdiciadas.
Es ir detrás de los acontecimientos. Es intentar reparar lo que pudo prevenirse. Es ser ineficiente. Es gastar sin ningún resultado, dilapidar recursos. Es una acción que se hace sin preparación y con los medios que se dispongan en ese momento, que por lo general no son los requeridos y, por consiguiente, no solucionan el problema y todo queda igual.
Hemos tenido muchos casos en las ciudades, en las provincias y en nuestro país, los suficientes para aprender de ellos y no repetirlos. El objetivo permanente de un gobierno es trabajar formando gente que sepa trabajar en equipo, los equipos superan la improvisación.
A los políticos les encanta la frase “hay que trabajar para solucionar los problemas de la gente”. Es una muletilla sin sentido cuando prescindimos de la gente para conocer cuáles son sus problemas y hacerla participar en la identificación de éstos.
En matemáticas, los problemas se resuelven cuando se enuncia la solución, por ejemplo, en la demostración de un teorema. Pero en gestión, la enunciación de la solución no basta, los problemas se resuelven cuando se aplica. Y esto no hay que olvidarlo.
Un equipo de gobierno sabe que las enumeraciones de unos resultados no indican gran cosa respecto del éxito de la gestión. Pueden ser goles en algunos partidos. Pero los campeonatos exigen mucho más. Tienen en cuenta el ránking para el ascenso y para el descenso; ese indicador en gestión es mensurar en cuánto mejoramos los déficits existentes al inicio de nuestra gestión. Sólo los equipos ganan campeonatos.
Los grandes colaboradores para el éxito de una gestión están allí. En el sector público, hay mucha gente valiosa y desaprovechada. En la comunidad, gente que no valora lo que el Gobierno hace porque no se la tiene en cuenta y no está preparada para dar significado a lo que recibe.
Hay una gran diferencia entre usar a la gente, presumiendo que es incapaz e inútil, y cambiar el paradigma e incorporarla mediante una educación innovadora y eficaz, haciéndola también responsable del éxito de una gestión.
Los desafíos son grandes, pero una cosa se ve claro: la improvisación nos llevará siempre de nuevo al principio, a un estancamiento que será intolerable para aquello que los habitantes necesitan y requieren. Estamos en un verdadero mundial de la gestión y para ganar el campeonato hay que formar y trabajar en equipo.