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Por Daniel Scandizzo. Calderón de la Barca estrenó su obra teatral “La vida es sueño” en 1635. Cuatro siglos después, los sueños continúan impulsando a los seres humanos a una incesante búsqueda de felicidad y bienestar. El deseo de disfrutar y consumir traducido en realidad dibuja el eslabón que une la fantasía difusa con el hecho tangible.
Por estos días, se dedica un amplio espacio al consumo como sostén de un modelo económico, no sólo tierras adentro sino también en gran parte del mapa global. Sin apelar a la rigurosidad científica podríamos afirmar que el consumo representa el sueño del crecimiento convertido en realidad. Si no tengo capacidad de satisfacer un deseo material, probablemente perciba que un sistema económico no crece o no se desarrolla.
Según el INDEC, en 2012, el consumo representaba el 68% del Producto Brutos Interno (PIB) argentino. Diez años atrás era el 65% y si retrocedemos 20 años, el cálculo arroja 69%. En dos décadas prácticamente no se alteró en términos relativos.
Ahora bien, si el consumo es el motor de la nave, las promociones con descuentos y cuotas constituyen la aeronafta.
En estas breves líneas no aspiro a generar una nueva teoría, pero sí pretendo compartir con los lectores una tríada de interrogantes para el análisis:
Los consumidores son cada vez más fieles a los precios que a las marcas. Sólo hay una manera de revertir esa tendencia: transformar una marca de consumo en una marca “amada” por sus clientes. Y a este podio sólo se suben muy pocas.