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Por Rosa Bertino. Convengamos que Wanda Nara y sus costosos casamientos, separaciones y lunas de miel no son un invento argentino. Tampoco podemos decir que sean una burda copia del formato estadounidense, porque ese formato ya es burdo de por sí. ¿Qué son en realidad?
Las tribulaciones de Wanda son un vulgar remedo de los realities americanos que giran alrededor de una celebridad. Lo cual nos plantea un par de diferencias con el “gran país del Norte”.
¿Qué hizo Wanda para ser una celebridad? ¿Ser una linda chica teñida de rubia, parte de la escenografía televisiva, que un buen día se presentó a un programa diciendo que era virgen? ¿Con eso alcanza, en un país como el nuestro? Pues parecería que sí.
Una cosa son las fashionistas de allá, y otra las de acá. Las del Norte suelen tener riqueza (propia) y quieren acrecentarla. Así arrancó la serie que tenía por protagonista a Paris Hilton, quien en vez de seguir en el rubro hotelero prefirió dedicarse a sí misma.
Cuando la fama de Paris comenzó a debilitarse, la misma gran cadena de televisión “descubrió” a las Kardashian. Son las hijas de un abogado norteamericano que, según dicen, hizo fortuna defendiendo a delincuentes riquísimos. Kim es la más famosa de las hermanitas.
Entre todas animan una tira que es como Gran Hermano, pero transcurre en la casa de ellas. Keeping up with the Kardashians («Siguiéndoles el ritmo a las Kardashian») muestra los lujos que se dan los millonarios, pero no por eso dejan de sufrir como cualquier mortal. En el colmo de los canjes, Kim Kardashian se casó en 2011 con el basquetbolista Kris Humpries: el matrimonio duró 72 horas.
¿Alguien las denunció por estafa a ellas, a la televisión y magazines que las promocionaban? Por supuesto que no. De la misma manera que aquí nadie parece tener la autoridad necesaria (legal o moral) como para decirle “basta” a Wanda Nara. En su caso, hay tres criaturas involucradas. Si fueran de Villa Boedo, ya habría intervenido un juez de Menores.
La exhibición de los niños es constante, aun en la intimidad de la madre con su nuevo amigo. El flamante marido, Mauro Icardi, tiene apenas 21 años. Casi 10 menos que ella. Tan chico es, que su madre (de él) no pudo asistir al casamiento porque acaba de dar a luz a mellizos.
Aunque su matrimonio con Maxi López fue tan mediático como fallido, Wanda insiste en conquistar futbolistas. Dan ganas de rogarle que cuelgue los botines. Pero no lo va a hacer, porque vive de eso. Y no solamente ella.
La cobertura de este casamiento incluso sobrepasó al anterior. Una verdadera apología del despilfarro. ¿Quién paga por cada segundo de cámaras, movileros, fotógrafos, páginas y pantalla chica? ¿Es un gran negocio que involucra a marcas de autos y gaseosas, a modistos y gastrónomos, a abogadas y representantes? Todo indica que sí. Pero los que más pagan y pierden, son los espectadores.■