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Por Claudio Fantini. Concluye una campaña inédita sobre el tema del aborto en la Argentina. Hubo debates profundos y medulares, y también hubo golpes bajos y derrapes hacia la politización absurda.
El proyecto de aborto legal fue aprobado por 129 a favor y 125 en contra, tras una maratónica sesión de 22 horas en la Cámara de Diputados. El Senado, que tenía previsto tratarlo recién en septiembre, apuraría los tiempos y lo sancionaría durante julio.
En la vereda contraria a la legalización del aborto, hubo muchos golpes bajos mientras que, los exponentes de esa posición en el macrismo, fueron notablemente superficiales.
En la otra vereda, hubo más argumentación, pero también hubo sectores, como algunos exponentes kirchneristas, que forzaban absurdamente el tema del debate para volverlo contra el gobierno de Mauricio Macri.
Más allá de lo que fue valioso y lo que fue olvidable del debate sobre la legalidad del aborto, hubo un argumento que, si bien fue poco usado, resultaba irrefutable: la mejor opción es la que no le impone nada a quienes no la comparten.
La sociedad quedó divida en dos porciones. De triunfar finalmente en el Congreso la posición contraria a la legalización del aborto, esa parte de la sociedad le seguiría imponiendo su convicción a la otra parte.
Los que defienden el aborto legal creen en el derecho a decidir la interrupción de un embarazo en condiciones iguales de salubridad para las mujeres de todos los niveles socioeconómicos.
La legalización del aborto no convierte al aborto en una obligación, mientras que la continuidad de la actual legislación hace que quienes la consideran negativa, impongan su posición.
Las personas que, por convicciones religiosas o personales, consideran que abortar es malo, podrán decidir la continuidad del embarazo que les toque afrontar. Y podrán educar a sus hijos en esa misma convicción. El sábado último, el papa Francisco comparó «el aborto con los métodos nazis, pero con guante blanco», dijo.
Cristina Kirchner, que durante ocho años no alentó el debate sobre el aborto, ahora tomó una posición favorable y se mostró en el Senado con quienes apoyan su despenalización.
La legalización del aborto no convierte al aborto en una obligación, mientras que la continuidad de la actual legislación hace que quienes la consideran negativa por hipócrita, anacrónica, castradora de la libertad de la mujer a elegir sobre su propio cuerpo u cualquier otra razón, le cercena la posibilidad de abordar una situación de embarazo desde su propia convicción.
De revertirse en el Senado la votación de Diputados, la opción que esgrime el eslogan “salvar las dos vidas”, quienes la respaldan estarán sometiendo a sus convicciones a una contraparte cuya proposición, de ser aprobada en el Congreso, no obligará a nada a quienes estén en contra de abortar.
En rigor, desde un primer momento estuvo claro, aunque no se planteara de ese modo, que se trata de una decisión que debió tomarse mediante el pronunciamiento de la sociedad a través del referéndum, ya que la mayoría de los legisladores accedieron a sus bancas sin haberse pronunciado previamente sobre este tema.
El referéndum lo usó recientemente Irlanda, que –pese a ser uno de los países más católico de Europa- aprobó masivamente la legalización.