Por Claudio Fantini. Es probable que para zafar del malestar político que generaría dejar a Amado Boudou en la Presidencia, Cristina Kirchner dio a una faringolaringitis la categoría de impedimento para el viaje que debía realizar a Paraguay el miércoles último.

Pero la coartada tenía una contraindicación: le impide encabezar el acto por el 9 de Julio en Tucumán, dejando en su representación, inevitablemente, al procesado vicepresidente.

Cristina sigue colocando en un lugar privilegiado a Boudou en los actos oficiales | Foto: archivo Turello.com.ar

Que los invitados de honor sean gobernantes ideológicamente hermanados al kirchnerismo por el discurso, como son los casos del venezolano Nicolás Maduro, el boliviano Evo Morales y el ecuatoriano Rafael Correa, además del amigable presidente uruguayo José «Pepe» Mujica, atenúan el mal impacto de un acto de tanta importancia histórica, que será presidido por un funcionario con mala imagen y pésima situación judicial.

La protección a Boudou parte de la decisión presidencial de defenderlo, evitando un juicio político y rechazando el clamor opositor para que dé un paso al costado.

Pero para zafar de una, Cristina Kirchner cayó en otra situación que resalta la protección gubernamental a un hombre que debió renunciar, encarar un juicio político o, por lo menos, pedir una licencia para que su procesamiento no siga pesando sobre la totalidad del Gobierno.

Algunos acontecimientos históricos permiten calibrar la significación de lo que están haciendo Cristina y Boudou.

• Richard Nixon renunció para evitar el juicio político que había decidido el Congreso por el caso Watergate, incluso con el voto de senadores republicanos, porque sabía que su culpabilidad lo conduciría inexorablemente a la derrota.
• Bill Clinton, en cambio, estaba convencido de su inocencia en el juicio político que le impuso caprichosamente la oposición en un intento de convertir un pecado marital en un delito. Por eso, el ex presidente demócrata se sometió al impeachment del que salió airoso y políticamente aliviado para poder concluir su gestión.
• Fernando Collor de Mello. Un tercer caso con resultado diferente ocurrió en Brasil, donde Fernando Collor de Mello renunció en 1992 a la presidencia que había sumido dos años antes, por la investigación que llevaba adelante el Congreso por corrupción. La Justicia procesó al presidente, pero lo absolvió, condenando sólo a su colaborador PC Farías. Sin embargo, el juicio político que decidió efectuar el Congreso a pesar de su renuncia, terminó condenándolo por encontrarlo culpable en términos políticos de tráfico de influencia y de las recaudaciones ilegales que se habían realizado durante su campaña electoral y su gestión gubernamental.

Hay casos en los que las pruebas no alcanzan para la condena judicial, pero sí para la condena política que decide un impeachment (proceso político).

A la luz de estos precedentes, a los que se suman las renuncias de los procesados vicepresidentes Spiro Agnew (gobierno de Nixon) en 1973, y Narcís Serra (gobierno de Felipe González) en 1995, plantea sospechas por la actitud de Cristina.

Nixon pidió la renuncia de su vice, mientras que Felipe González la permitió sin anteponer resistencias. En cambio, la Presidenta argentina, justificando su actitud en una supuesta conspiración mediática contra Boudou, defiende a un vicepresidente insostenible, actitud que alienta una oscura y creciente sospecha de complicidad.

Claudio Fantini

Politólogo y periodista. Analista político en medios argentinos y del exterior. Profesor y mentor de Ciencia Política en la Universidad Empresarial Siglo 21 (UES21). Autor de varios libros, el último de los cuales es la La Gravedad del Silencio.