Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini. A los 25 pedidos de juicio político contra Jair Bolsonaro que se presentaron en el Congreso de Brasil, se sumó un riesgo más para su continuidad en el cargo: el efecto que podrían tener las declaraciones de Sergio Moro y las pruebas que presentó para sostener su acusación contra el presidente. Bolsonaro está acusado de interferir en investigaciones de la Policía Federal en casos que involucran a sus hijos.
La destitución por impeachment es un riesgo que crece contra Bolsonaro en el Congreso. El otro riesgo es que sea juzgado por el Supremo Tribunal Federal (STF) y destituido, si se lo encuentra culpable.
Esta posibilidad creció a partir de la declaración de Sergio Moro ante la Superintendencia de la Policía Federal en Curitiba. La Fiscalía deberá establecer si esas pruebas son consistentes para demostrar un delito y elevar el caso el STF.
En ese ámbito, con el aval de dos tercios de los diputados, los jueces supremos podrían suspenderlo durante 180 días para juzgarlo y, de encontrarlo culpable. Su antecesora, Dilma Rousseff, fue destituida por el Senado.
Ante semejante posibilidad, el presidente intenta que los militares perpetren un golpe de Estado contra los poderes Judicial y Legislativo.
Los otros poderes del Estado y el presidente están en posición de batirse a duelo. O bien el Tribunal Supremo Federal y el Congreso suspenden a Bolsonaro para juzgarlo y destituirlo, o bien el presidente logra lo que viene alentando: el golpe militar contra los poderes Legislativo y Judicial.
Bolsonaro ya apuntó su arma y apretó el gatillo. Sólo falta que los militares acepten convertirse en la bala que mataría la democracia.
De algún modo, también la cúpula judicial gatilló contra el presidente. Lo hizo, primero, al quitarle la atribución de dirigir la política sanitaria nacional, y después al anunciar que declararía nulo el nombramiento que pretendía realizar en la Policía Federal para controlarla.
Según la Constitución, el presidente tiene la atribución de designar los jefes policiales. No obstante, la institucionalidad está desgarrada desde que Bolsonaro comenzó a sabotear las medidas sanitarias instrumentadas por gobernadores y alcaldes para contener la pandemia.
El presidente atravesó la última frontera cuando el fin de semana encabezó una protesta contra los otros dos poderes de la República.
No es la primera vez que reclama un golpe de Estado, pero en las anteriores fue la voz de la multitud de sus partidarios la que reclamó la intervención castrense, sin que la corrija ni contradiga Bolsonaro.
Ahora, fue el presidente el que insinuó a los militares que debían actuar contra el Congreso y el Tribunal Superior Federal.
El Congreso podría dar lugar a alguno de los 25 pedidos de impeachment que se presentaron. Y la Justicia jalaría su gatillo si la Fiscalía viera indicios de delitos en las pruebas que presentó Sergio Moro.
Para los analistas, todo puede pasar en Brasil porque la institucionalidad está en estado catatónico.
Es grave en términos institucionales, que un miembro del máximo tribunal advirtió al presidente, como hizo el juez supremo Gilmar Méndez, que no debe aplicar “políticas públicas de carácter genocida”.
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Es grave en términos institucionales, que un presidente haya dado razones para que se le formule semejante advertencia.
Es grave en términos institucionales, que el titular de la máxima instancia judicial, el decano del STF, Celso de Mello, haya pedido a los legisladores considerar el juicio político a Bolsonaro.
Es grave en términos institucionales, que, a esta altura del desquicio presidencial, haya tantos motivos para destituir a un jefe de Estado, quien constituye una amenaza para la salud pública y la institucionalidad republicana.
Al acusar al presidente de un delito, Moro también cruzó una línea sin retorno. El ex juez de Curitiba sabe que su acusación, o bien acaba con la presidencia de Bolsonaro, o bien acaba con su propia reputación.
Los duelistas ya desenfundaron sus armas. Si finalmente disparan, Brasil y el mundo quedarán a la espera de ver caer a abatido a uno de los contendientes.