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Por Claudio Fantini. En Venezuela, el régimen residual que quedó tras la muerte de Hugo Chávez logró que triunfara la represión sobre gigantescas protestas. Algo similar logró Daniel Ortega cuando aplastó en 2018 las manifestaciones en Nicaragua. ¿Logrará también el régimen de Cuba hacer triunfar la represión sobre las manifestaciones que estallaron en su contra con una dimensión inédita? Repasemos.
Es posible, porque la reacción de gobierno de Cuba fue inmediata y brutal. No obstante, las novedades de esta rebelión probablemente estén anunciando un largo, pero inexorable proceso de agotamiento de un autoritarismo que sobrevivió más de seis décadas.
El régimen que inició Fidel Castro, continuó su hermano Raúl Castro y hoy encarna Miguel Díaz-Canel, afrontó grandes desafíos como el desembarco de un ejército disidente en Bahía de Cochinos y la desaparición de la Unión Soviética.
Más allá de que logre en el corto plazo sofocar estas protestas, el castrismo nunca había tenido que enfrentar movimientos contestatarios como el de los raperos.
Episodios, como la rebelión en el barrio habanero de San Isidro, son parte de las novedades que quizás estén anunciando el colapso final, aunque no esté a la vuelta de la esquina.
Cuando la gente se atreve a desafiar los mecanismos que inhiben las protestas, crece la sensación de que la rebelión popular triunfará sobre el autoritarismo.
Sucede que no es poco desafiar la red de delaciones vecinales y hasta de familiares, que caracterizan a los sistemas totalitarios.
En Cuba, uno de esos dispositivos está expuesto y apenas disfrazado: los CDR (Comité de Defensa de la Revolución) agrupan a los vecinos bajo el mando de quienes, en los hechos, actúan como comisarios políticos de cada cuadra en todas las ciudades y aldeas de la isla.
Las protestas que se inician en distintas partes del país, a veces tienen éxito. Sucedió con la caída del Muro en la Alemania Oriental; en Rumania, contra la dictadura de Ceausescu y en Polonia, a partir del movimiento obrero que lideró Lech Walesa y el sindicato Solidaridad.
Pero también hubo fracasos rotundos, como los de la primavera árabe en Araba Saudita, en Irán y en China, donde la criminal represión ordenada por Li Peng aplastó la protesta estudiantil en la Plaza de Tiananmen.
En Cuba, los padecimientos del llamado “período especial”, que implicó la desaparición de la Unión Soviética, detonaron el “maleconazo” de 1994, doblegado por la represión y por la presencia intimidante de Fidel Castro ante los manifestantes en La Habana.
Como lo ha hecho siempre el régimen castrista, el actual presidente, Miguel Díaz-Canel, culpó al embargo norteamericano de los cortes de electricidad y la falta de alimentos y de medicamentos que provocaron el estallido social.
La pandemia redujo notablemente el turismo, la única industria que produce dólares en Cuba, lo que agravó la economía de la isla en medio de la crisis sanitaria por el Covid-19.
Pero el régimen describe como única causa de esa crónica fragilidad al “enemigo imperialista”. Y cuando las protestas, que empezaron en el interior llegaron a La Habana, Díaz-Canel recurrió a los “boinas negras”, la fuerza de choque del Gobierno de Cuba.
Pero la carta más brutal que jugó el presidente, fue su llamado a las bases del Partido Comunista (PCC) a salir a las calles a enfrentar a los manifestantes. Díaz-Canel impulsó el choque abierto entre civiles.
En ese terreno, con Internet bloqueado y los servicios de telefonía celular interrumpidos, la ventaja la tiene el aparato partidario porque puede organizar a sus militantes, mientras se cortan los canales de interconexión horizontal.
La diferencia entre estas manifestaciones y las de 1994, es que el llamado “maleconazo” se limitó a La Habana, mientras que la actual protesta se originó en San Antonio de los Baños y se expandió por decenas de ciudades, incluida la capital cubana.
La principal diferencia es que, en esta oportunidad, las consignas coreadas reclaman que “acabe la dictadura” y repiten las tres palabras claves de la canción rapera que desafía al “patria o muerte”, que desde su origen repite el régimen en Cuba.
La canción, que se ha convertido en himno de las protestas antigubernamentales, dice “no más mentiras… no más doctrinas, ya no gritemos patria o muerte, sino patria y vida”.