Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini. En el estrado que preside el hemiciclo, aquel vicepresidente soportó, impertérrito, el reto que le propinaba una senadora desde su banca. A todos le quedó claro que la ira de la mujer contra quien presidía el Senado, era producto de una escucha telefónica ilegal que los servicios de inteligencia habían hecho al vapuleado funcionario que se mantuvo callado.
Aquel vicepresidente era Daniel Scioli y la iracunda senadora que lo retó en plena sesión, era Cristina Fernández de Kirchner. Su marido, el presidente, había empoderado al espía Jaime Stiusso y se hablaba de los “carpetazos” con datos íntimos e incómodos de jueces, fiscales, dirigentes opositores, empresarios, sindicalistas, periodistas y funcionarios del propio gobierno. Con esas carpetas confidenciales Néstor Kirchner tenía poder sobre mucha gente. Podía presionar y mantener a raya a quienes pudieran denunciar corrupción o limitar su poder.
Las pruebas de esa práctica de raíz totalitaria siguieron aflorando en el tiempo. Voceros de la iglesia decían off de record que Stiusso espiaba al cardenal Bergoglio, por entonces considerado por Kirchner “el jefe de la oposición” y más tarde elegido Papa.
El ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández, denunció que le habían pinchado el teléfono. Lo mismo hizo una legión de dirigentes. Pero ni la Justicia ni la prensa ni la sociedad reaccionaban como merecía semejante acción. El uso de los servicios de inteligencia para el espionaje interno fue un rasgo del macartismo y de los excesos antidemocráticos que George W. Bush cometió valiéndose de la guerra contra el terrorismo.
Fue también el rasgo esencial del totalitarismo, tanto nazi como marxista-leninista. Lo retrata en profundidad el cineasta alemán Henckel von Donnesrmark en “Das leben der anederen” (La vida de los otros), donde el agente HGW XX/7 de la Stasi (policía secreta de Alemania Oriental) ausculta la vida de los disidentes plagando sus hogares de micrófonos.
También lo retrató George Orwell en la novela 1984, donde describió la penetración del Estado en la intimidad de las personas como rasgo esencial del sistema totalitario.
El uso del “Mujabarat” (aparato de inteligencia) contra la propia sociedad fue también el instrumento de los peores déspotas del Oriente Medio para concentrar la suma del poder.
Una denuncia acompañada de una larga lista de espiados por el Estado, le recuerda a los argentinos que el uso ilegal de los agentes secretos es una de las páginas más oscuras de la década kirchnerista.
Falta ver si esta vez habrá en la dirigencia, la prensa, la Justicia y la sociedad, la reacción que inexplicablemente no se produjo en ninguna de las ocasiones anteriores.