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Por Claudio Fantini. La Unión Europea (UE) quedó estupefacta con los resultados de la elección en Italia. Los partidos y los candidatos que defienden la continuidad en las estructuras políticas e institucionales con base en Bruselas, así como el fortalecimiento de la “eurozona”, fueron desplazados abruptamente por los euroescépticos. De qué se trata. No está claro cómo se conformará la próxima coalición de gobierno, ni quién será el próximo primer ministro.
Tampoco está claro cómo terminará impactando en Europa el resultado de los comicios, porque -al abrir las urnas- Italia encontró un nudo gordiano. Hay algo claramente descifrable en el mensaje electoral: ganó el antisistema.
La gran derrotada fue la dirigencia “políticamente correcta” que defiende el euro como moneda única y los lineamientos de Bruselas.
El partido más votado fue el Movimiento 5 Estrellas (M5S), creado por el actor cómico Beppe Grillo para combatir al establishment de la partidocracia sumisa ante la UE.
Y si bien en el tramo final de la campaña electoral el M5E moderó sus propuestas antieuropeas, se trata de la fuerza política que había irrumpido en el escenario político con un discurso fuertemente euroescéptico.
El lejano segundo puesto del Partido Democrático, la fuerza que impulsó Walter Beltroni para reciclar la centroizquierda sepultada en los escombros de la Democracia Cristiana y del Partido Socialista, implicó una devastación a la que no sobrevivirá políticamente Matteo Renzi.
Mientras que la resurrección que preanunciaba la elección para Silvio Berlusconi, se esfumó con el escrutinio, en el que apareció escrito su epitafio.
Tan fuerte fueron las primeras vibraciones del sismo electoral que se avecinaba en las urnas, que Alemania y Francia intentaron desenterrar a última hora a Berlusconi. Después de haber sido aborrecido por la dirigencia de Bruselas y por los principales líderes de la UE, el magnate italiano aparecía como la salvación de la Unión y de la eurozona.
En 2011, Angela Merkel y Nicolás Sarkozy aprovecharon la crisis financiera que sacudió a Italia y dejó a la vista las negligencias del gobierno, para presionar sobre Roma hasta lograr que Berlusconi fuera destituido del cargo de primer ministro y reemplazado por un gobierno tecnocrático encabezado por Mario Monti.
Pero Berlusconi ya no representa en Italia el antisistema que le permitió abrirse paso hacia el poder entre las ruinas de la partidocracia demolida por el proceso anticorrupción denominado “manos limpias” y encabezado por el juez milanés Antonio Di Pietro.
Ahora, ese millonario de modales vulgares -Silvio Berlusconi- representa “el sistema” que nuevas agrupaciones pretenden derribar.
En una paradoja típicamente italiana, Berlusconi jugó a dos puntas incompatibles. Por un lado, formó una coalición con los partidos eurófobos. El principal socio de Forza Italia en esa coalición es Lega (hija de la Liga Norte y, por ende, nieta de la Liga Lombarda, con la que Umberto Bossi había intentado la secesión del norte rico).
El líder que reemplazó a Bossi cuando un escándalo de corrupción lo dejó fuera de la política, es Matteo Salvini, quien depuso el proyecto separatista y quitó del nombre del partido la palabra Norte, precisamente para nacionalizarlo.
Desde entonces, el rasgo principal de Lega es la xenofobia, que apunta a deportar inmigrantes y cerrar la puerta a nuevas olas de extranjeros, al tiempo que considera a la moneda única europea como “un experimento político y social erróneo”.
El otro socio de mediano peso en la coalición derechista es Hermanos de Italia, un partido de la derecha dura que surge de una escisión de Pueblo de la Libertad (coalición que lideró Berlusconi) y tiene entre sus ancestros el posfascismo. Para este partido que toma su nombre de las primeras palabras del himno (“fratelli d’Italia”), la política antiinmigrante es también una prioridad.
Ahora bien, para equilibrar el extremismo de sus socios de coalición, Berlusconi propuso como primer ministro al presidente del Parlamento Europeo (PE), Antonio Tajani, una figura política muy apreciada en Bruselas.
Lo que nadie había calculado es que en la coalición derechista el partido más votado no fuera Forza Italia, sino Lega. Debido a esa sorpresa, el dirigente que se fortaleció no fue Berlusconi, sino el extremista Matteo Salvini, aliado de Vladimir Putin y Marine Le Pen, además de admirador de Donald Trump.
De tal modo, de formar gobierno el conglomerado derechista por haber sido la coalición más votada, el cargo de primer ministro lo ocuparía Salvini. De hecho, lo reclamó ni bien conoció el resultado y supo que había obtenido más votos que Berlusconi.
La elección en Italia fortaleció a dos fuerzas antisistema. Una, el partido más votado (M5S) y la otra, por haber superado Lega a Berlusconi dentro de la coalición conservadora.
La única esperanza para la Unión Europea es que, o bien Luigi Di Maio (M5S) o bien Salvini hagan lo que hizo Alexis Tsipras en Grecia: llegar al poder prometiendo patear el tablero europeo y después gobernar en línea con la UE.