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Por Claudio Fantini. Sobre la magnitud del aporte que hizo el fallecido Ernesto Laclau al pensamiento social y político, siempre habrá visiones divididas. Sus defensores ven en las páginas de La Razón Populista y de Hegemonía y Estrategia Socialista…
la mirada esclarecida que reivindicó el populismo como instrumento emancipador de los sectores postergados de la sociedad actual; al pensador posmarxista que entretejió los vasos comunicantes de los diferentes grupos sociales y reivindicó al modelo de liderazgos que desata la confrontación entre intereses contrapuestos.
Entre sus críticos habrá miradas superficiales como las que descalifican su pensamiento porque eligió vivir en Londres y no en su país, Argentina, ni en alguna otra sociedad latinoamericana, hacia donde apuntaron sus prédicas y razonamientos.
A diferencia de Spinoza o Nietzsche, Schopenhauer, no llevada una vida coherentemente alineada con sus posiciones filosóficas, igual que muchos otros pensadores, pero eso no le resta valor a su inmenso aporte a la filosofía. La riqueza del pensamiento es independiente de la coherencia que éste pueda o no tener con la vida del pensador.
Otros muchos cuestionamientos son indudablemente válidos. Su afirmación de que la irrupción “de nuevas fuerzas sociales en la arena de la historia” traerá “necesariamente choques con el orden institucional vigente”, es históricamente verificable. En definitiva, fue planteado en el siglo 19 por Carlos Marx y repetido por sus discípulos del siglo 20. Lo que no está claro es que en las últimas décadas hayan irrumpido “fuerzas sociales” como en su momento fueron la burguesía o la clase obrera.
También parecen válidos los cuestionamientos de quienes ven en la teoría de Laclau una continuidad de lo planteado por Carl Schmitt en su libro El Concepto de lo Político. La relación “amigo-enemigo” que propone el jurista alemán inspiró al nazismo y es la base de todas las concepciones autoritarias del poder.
La historia muestra la legitimidad del choque entre el liderazgo populista y el orden institucional cuando irrumpen “nuevas fuerzas sociales” que las instituciones se resisten a reconocer, y también en las sociedades por una fractura social que separa a pequeñas y poderosas oligarquías de inmensas y pobres mayorías.
En esta columna hemos sostenidos que la polarización política es legítima cuando se produce sobre una fractura social de ese tipo. Las oligarquías tienen instrumentos para mantener divididas a las mayorías desvalidas, por lo tanto no hay otra forma de confrontar contra ellas que no sea polarizando políticamente sobre esa fractura social.
Pero sostuvimos también en esta columna que, aplicando el mecanismo de Laclau, el kirchnerismo no generó polarización política a partir de una fractura social, sino a partir de la fractura cultural que se da en todas las sociedades entre culturas políticas liberales y culturas políticas autoritarias.
La polarización generada por Perón y Evita enfrentó a la clase obrera con las clases media-alta y alta. En la generada del kirchnerismo, la división se dio sólo en la clase media entre partes que se aborrecen y excluyen mutuamente.
Son dos formas de entender la relación entre sociedad y poder. Dos naturalezas políticas. En toda comunidad hay mentalidades liberales, o sea refractarias a los liderazgos concentrados, verticales y personalistas
que imponen su voluntad avasallando a veces a mayorías y otras veces a minorías; y mentalidades que aceptan el poder avasallante cuando los objetivos planteados se condicen con los propios.
La fractura cultural está por encima de la dicotomía izquierda- derecha, al punto de que tanto la cultura política liberal como la autoritaria tienen sus respectivas izquierdas y derechas.
La diferencia con la fractura social, que se caracteriza por afectar a la totalidad de la sociedad, está en que la fractura cultural genera división y enfrentamiento casi exclusivamente en la clase media.
Hasta su último minuto de vida, Ernesto Laclau cuestionó otros aspectos de la realidad política argentina, pero no el carácter ilegítimo de la polarización generada desde el Gobierno.