Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini (Periodista, politólogo y docente de la UES 21). El último Lino Oviedo era un ferviente antichavista que reivindicaba la relación de Paraguay con Estados Unidos. Pero nadie sabe a ciencia cierta cuál habría sido su posición de haber llegado a la presidencia en los ’90 o en la década pasada.
Lo único claro es que el general que murió sin haber conquistado jamás el poder que tantas veces estuvo al alcance de su mano. Era un típico exponente del caudillismo cesarista latinoamericano.
Personaje turbulento y desopilante, que parecía surgido de una novela de Gabriel García Márquez, su único gran aporte a la democracia fue nada menos que haber entrado, con una pistola en una mano y una granada en la otra, al bunker de Alfredo Stroessner, perpetrando la caída del viejo dictador por orden del consuegro del derrocado: el general Andrés Rodríguez.
Por aquel acto de arrojo que puso fin a 35 años de tiranía cruel y corrupta, Rodríguez lo nombró jefe del Ejército paraguayo, pero más tarde lo defraudó al dejar la sucesión en manos del ingeniero Juan Carlos Wasmosy, miembro del nuevo sector fuerte: los constructores enriquecidos con las grandes represas hidroeléctricas.
Oviedo, que como jefe militar hizo construir el “linódromo” para realizar grandes desfiles militares en su honor, saboteó al gobierno de Wasmosy hasta que fue preso por intento de golpe de Estado. Igual que Chávez, la cárcel acrecentó su popularidad, al punto de que pudo colocar en carrera triunfal hacia la presidencia a un hombre de su confianza: Raúl Cubas Grau.
A renglón seguido, vino el magnicidio del vicepresidente y había razones para sospechar que Oviedo fue un instigador. Al fin de cuentas, Luis Argaña era su archienemigo y representaba al sector stronissta del Partido Colorado.
Sin dudas, antes de partir a un exilio dorado en la Argentina de Carlos Menem, Lino Oviedo fue uno de los responsables de que Paraguay se hundiera en la violencia y la inestabilidad.
Sus tribulaciones y derivas posteriores no le quitan el mérito de haber derribado al general Alfredo Stroessner, pero tampoco pueden ser borradas por las lágrimas derramadas por su trágica y sospechada muerte.