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Por Claudio Fantini. En la primera mitad del siglo XX, socialistas y anarquistas llamaban “gorilas” a los robustos hombres del sindicalismo peronista que entraban a las trompadas limpias en sus reuniones y embestían contra sus manifestaciones. Juan Domingo Perón robó el término a socialistas y anarquistas y llamó “gorilas” a los antiperonistas.
Esas acciones se inspiraban en los fascios di combattimento que “el Duce” Mussolini creó para ganar violentamente las calles italianas a la izquierda marxista. En ellas, se inspiraron también las Sturmabteilung (SA) de Ernst Röhm. Y en la actualidad, las fuerzas choque son la forma distintiva de la represión en regímenes mayoritarios, como el de los ayatolas persas.
La palabra perdió sentido, ya que inicialmente aludía al aspecto físico y la brutalidad de los hombres que actuaban como rompehuelgas y fuerzas de choque. Y como fue el peronismo el que persistió en la historia, en la Argentina “gorila” sigue refiriendo a los antiperonistas.
En este último tiempo, el mejor alumno de las contramanifestaciones es el chavismo. Lo calcó de las hordas organizadas que usa el régimen de los ayatolas en Irán. Con ellas, la teocracia persa sofocó grandes rebeliones estudiantiles.
El cristinismo desesperado, sindicalistas duros y piqueteros violentos pretenden debilitar al gobierno de Macri.
El chavismo los llama “colectivos” y sabe como movilizarlos velozmente para que enfrenten protestas antigubernamentales. Similar capacidad de movilización relámpago habían alcanzado las huestes de Milagro Sala.
Pero la Tupac Amaru es la expresión más prolija de organización para conquistar territorio y retenerlo. Quebracho exhibe otro formato, con imagen de combatividad marginal. Ese tipo de fuerzas de choque campea desde hace tiempo, a sus anchas, como dueña de las calles argentinas. Y, ahora, parecen colocarse a la vanguardia de la ofensiva generalizada que apunta a derribar a Mauricio Macri.
Una ofensiva, que combina paros generales, con marchas y piquetes, procura que el Gobierno nacional responda con una dura represión, que detonaría una escalada de violencia y posibles ríos de sangre. O bien convertir al Gobierno en una administración cuadripléjica, en la que no confíen los inversores ni pueda sostener las riendas de la política y la conducción del Estado.
En pos de ese objetivo se encolumnan, desde el cristinismo desesperado por el cerco judicial que se cierra sobre su jefa, hasta sindicalistas como Omar Viviani, pasando por las fuerzas de choque que cortan las calles ostentando caras tapadas y palos amenazantes.