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  • Obama frente al duro desafío del ISIS

    Publicado: 08/09/2014 // Comentarios: 0

    Por Claudio Fantini. Muchos norteamericanos se preguntan por qué los periodistas decapitados por el Estado Islámico (EI ó ISIS por su sigla en inglés que significa Estado Islámico de Irak y Siria) dedicaron sus últimas palabras a decir lo que sus verdugos querían que dijeran contra Obama y Estados Unidos.

    ¿Por qué repitieron ese discurso, que concuerda con lo que denuncian los yihadistas, si de todos modos serían ejecutados?

    Previo a ser decapitado, el periodista James Foley cuestionó la actuación de Estados Unidos en Medio Oriente | Foto: www.clarin.com

    Previo a ser decapitado, el periodista James Foley cuestionó la actuación de Estados Unidos en Medio Oriente | Foto: Clarin.com

    Por un lado, la extraña serenidad de sus rostros y la firmeza de sus voces a tan pocos segundos de que les corten la cabeza, hacen dudar de que realmente supieran lo que les pasaría. Se sospecha que tal vez se les dijo que si decían tales cosas, la ejecución sería sólo un simulacro.

    No obstante, la historia registra muchos casos de personas que, aún sabiendo que morirían, usaron su último discurso para satisfacer a sus verdugos.

    El caso más resonante fue el de los juicios de Stalin, en la década de 1930. La paranoia, la ambición y la crueldad de aquel dictador soviético provocaron purgas que aniquilaron a muchos héroes de la revolución bolchevique, como el general Tujachevski, uno de los artífices del Ejército Rojo; ex jefes de la NKVD (antecesora de la KGB) como Yezov y Beria, así como prominentes miembros de la nomenclatura como Kamenev, Zimoniev y Bujarin. Todos ellos se autoculparon de las peores traiciones, aun sabiendo que serían condenados y ejecutados porque ésa era la voluntad de Stalin.

    Hasta Trotsky, en ese duro exilio que terminó en su asesinato, se preguntaba por qué aquellos valerosos comunistas que habían estado junto a Lenin, le ofrecían al tirano del Kremlin la autoacusación que precisaba para justificar sus crímenes.

    La respuesta era imaginable y quedó confirmada durante el proceso de desestalinización que, en los tiempos de Nikita Jrushev, revelaron los crímenes del estalinismo: a los acusados se los obligaba a declarar contra sí mismos, amenazándolos con torturar hasta la muerte a sus padres , esposas, hijos o hermanos.

    Las personas secuestradas por el ISIS llevan tiempo desconectadas del mundo y se las puede convencer de que sus familiares u otros seres queridos están en la mira o ya han sido capturados por los yihadistas.

    El método es tan aberrante que muchos sospechan de una escenificación editada en los Estados Unidos para justificar una intervención armada. Sin embargo, milicianos de Estado Islámico han filmado y mostrado también decenas de decapitaciones y crucifixiones de chiitas iraquíes y de soldados del ejército sirio.

    El error de Obama no sería involucrarse en la guerra contra el autoproclamado califato que lidera Abu Baker al-Bagdadí. El error sería hacerlo sin coordinar las acciones con Siria.

    Sería mucho pedirle a Estados Unidos que actúe en alianza con el Hizbolá, aunque la milicia chiíta libanesa también está combatiendo al ISIS. Pero Washington no puede pasar por alto al ejército sirio, que responde al presidente Bashar al Asad.  Desde hace tiempo está claro que el régimen de la minoría alauita no es peor alternativa que los yihadistas ultra-fanáticos de Al-Bagdadí.

    Así como, de hecho, está actuando en conjunto con las milicias chiítas iraquíes armadas por Irán, Washington tendría que incluir al ejército sirio en la coalición internacional que está organizando, y también a los rebeldes del sunismo moderado que se levantaron en armas contra el régimen.

    Al fin de cuentas, Siria será uno de los principales escenarios de la acción militar contra ISIS. Y la historia está plagada de ejemplos de enemigos que se alían para enfrentar a enemigos peores.

    Roosevelt se alió con Stalin para combatir a Hitler, y los comunistas de Mao se aliaron con los nacionalistas del Kuomintang para expulsar a los japoneses de Manchuria.

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    Politólogo y periodista. Analista político en medios argentinos y del exterior. Profesor y mentor de Ciencia Política en la Universidad Empresarial Siglo 21 (UES21). Autor de varios libros, el último de los cuales es la La Gravedad del Silencio.

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