Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini. Desde la irrupción de las armas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, jamás el peligro de una guerra nuclear fue tan grande como en estos días. El posible holocausto atómico comenzaría con el uso de armas tácticas rusas en Ucrania. De inmediato, escalaría por la intervención de la OTAN, que atacaría con misiles nucleares tácticos a las fuerzas rusas en Crimea y en otros territorios ucranianos invadidos.
En esta instancia, es más lógico suponer que el líder ruso seguiría intentando evitar la derrota y la única posibilidad, a esa altura, es recurrir a los misiles de alcance medio y a los de alcance intercontinental. O sea, la guerra nuclear total.
Si Putin inicia la escalada nuclear para impedir una derrota en Ucrania, ¿por qué se detendría ante una respuesta atómica de la alianza atlántica?
Para graficar esta situación, el presidente norteamericano Joe Biden recurrió al término que aparece en el versículo 16, del capítulo 16, del Libro del Apocalipsis.
La palabra Armagedón alude al monte Megido, cercano a la ciudad de Nazaret, donde el Antiguo Testamento dice que se librará la batalla final entre el Bien y el Mal, en un escenario apocalíptico.
Biden dijo ver al Armagedón más cerca que nunca antes en la Historia. El actual peligro nuclear supera al que se dio durante la Crisis de los Misiles en Cuba en 1962.
A esta altura del conflicto, el presidente ruso sabe que a pesar de la inmensa superioridad numérica, las tropas no son su carta ganadora en la invasión de Ucrania.
Carentes de motivación, los soldados del ejército invasor muestran poca de voluntad de combate.
Las escenas en desbande se multiplicaron, desde la triunfal ofensiva ucraniana en el noreste. Y cada retroceso ruso, acerca el dedo de Putin al gatillo nuclear.
Es posible afirmar que el mundo no se acercó tanto a una guerra nuclear, como lo está haciendo Putin, a medida que sus tropas retroceden en Ucrania.
El poderío militar de Rusia cuenta con vastos arsenales nucleares.
Por rara paradoja de la historia, muchas de las ojivas de ese arsenal son las que Ucrania traspasó en 1994 a Moscú, bajó presión de los líderes soviético, de Washington y de Londres, por lo establecido en el Memorándum de Budapest.