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Por Claudio Fantini. En lo único que beneficia a Mauricio Macri esta lluvia de denuncias sobre la corrupción kirchnerista, es que distrae momentáneamente la atención de la sociedad sobre la crisis de la economía. Pero quienes calculan que esta inundación del pasado en el presente mejora las perceptivas del presidente para ser reelegido el año próximo, posiblemente se estén equivocando. Veamos.
La suerte electoral de Macri depende exclusivamente de la economía. Y en ese terreno, lo que predomina -por ahora- es una inmensa frustración.
La influencia de esta viscosa supuración de delitos públicos de la era kirchnerista, tendría incluso un alcance limitado en el daño sobre la imagen de Cristina Kirchner. En condiciones normales, lo que está saliendo a la luz debiera ser devastador. Y posiblemente lo sea en la posibilidad de que la ex presidenta pueda presentarse al comicio presidencial de 2019.
Quizá se salve de ir a prisión, pero parece imposible que pueda recuperar la competitividad necesaria para conquistar la Presidencia en las urnas. Lo que está viviendo el país en materia de revelaciones sobre el funcionamiento de la corrupción kirchnerista, es la más dura prueba a la posverdad del “relato”.
En rigor, no hacían falta “los cuadernos de Centeno” ni los arrepentimientos de empresarios ni las confesiones sollozantes del ex juez Norberto Oyarbide, para saber que durante más de una década en la Argentina funcionó un sistema de cartelización de la obra pública que multiplicaba el capital de un grupo de grandes empresas y las fortunas particulares del matrimonio Kirchner y de un grupo acotado de funcionarios allegados.
Con todo lo que estaba a la vista, desde que Néstor Kirchner echó a Roberto Lavagna por denunciar esa cartelización, alcanza y sobra para entender a la perfección como funcionó ese sistema de enriquecimiento ilícito.
Sin embargo, con todo lo evidente que desde hace muchos años resulta el poco sofisticado sistema de corrupción diseñado y puesto en marcha por el ex presidente, un sector de la sociedad se resistía a aceptar lo evidente. En un principio, repetían como un mantra la “bajada de línea”, según la cual todo era una mentira de los medios hegemónicos y el poder económico para difamar a los líderes del modelo “nacional y popular”.
Cuando las evidencias llegaron a ser mucho más potentes que esa lectura nacida en usinas de propaganda, se pasó a una argumentación diferente: hay corrupción porque la política es corrupta y en un gobierno nacional y popular se trata de casos aislados que actúan por cuenta propia.
A renglón seguido, la suma de evidencias desmoronaban también ese argumento, por lo cual el aparato de propaganda kirchnerista elaboró otra justificación: como decía Néstor, para hacer política hay que tener plata y, por eso, para imponer y defender el modelo nacional y popular, es necesario dejar de lado los pruritos hipócritas de la burguesía y recurrir a todo lo que permita financiar la política y la maquinaria electoral.
Pues bien, los cuadernos, las confesiones “arrepentidas” y los espasmos de Oyarbide constituyen la ofensiva final de la realidad sobre la fe de la militancia, porque dejan crudamente a la vista, sin dar lugar a prestidigitación de ningún tipo, que no se trataba de un sistema de financiación ilegal de la política, sino de un sistema de mega enriquecimiento de un grupo de personas encabezadas por el matrimonio Kirchner.
Y esta ofensiva de la evidencia es tan devastadora que, en teoría, va a desintegrar la fe militante. Sin embargo, tampoco es seguro que eso ocurra. En las clases bajas, el fracaso de Macri en la erradicación de la pobreza –como había prometido- hará que persista el apoyo a Cristina, pero se trata de un sector que nunca creyó en un relato propagandístico, el cual ni siquiera estaba dirigido a sus millones de miembros.
El relato propagandístico logró imponer “la posverdad” en el sector de la clase media hacia el que estaba dirigido.
Por contundente y tozuda que se plantara la realidad frente a esa franja de clase media, mostrándole que sus venerados líderes multiplicaron sus riquezas personales estafando al Estado, el blindaje del relato resultaba impenetrable. La posverdad abrazada por militantes y adherentes de la clase media, lograba imponerse sobre la realidad evidente.
¿Sobrevivirá esa adoración pagana por quienes supieron articular sus emociones políticas, a este terremoto de evidencias que derrumba todas las coartadas?
Sería comprensible que los sectores vulnerables que se beneficiaron con los gobiernos kirchneristas, sigan dispuestos a votar a Cristina Kirchner, puesto que nunca la habían votado por considerarla honesta. La pregunta es si la feligresía de la clase media mantendrá su fe hasta ahora indoblegable, o si esa fe de fervoroso feligrés se hundirá en este océano de evidencias irrefutables.