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Por Claudio Fantini. Una teoría -con mucha lógica- dice que cuando Carlos Menem estaba en campaña para su primera Presidencia, la DEA se le vino encima y le manifestó estar al tanto de un plan para que la Argentina reemplace a Panamá en el trayecto del dinero narco que necesita ser lavado. Lo que pasó y qué le sucede ahora a Trump.
En el caso de Menem, la prueba que le faltaba al aparato norteamericano dedicado a combatir al narcotráfico y el lavado de dinero, fue un discurso del caudillo riojano en Campana. Allí, merodeó la idea de una zona franca en la isla Martín García y a los estrategas de la DEA , les cerró la ecuación.
Esa teoría explica que por aquella supuesta embestida de la DEA, Menem -cuando llegó a la Presidencia- dejó de lado su nacionalismo caudillista y sus promesas de “salariazo” y “revolución productiva”, para abrazar súbitamente la causa neoliberal, lanzarse a las privatizaciones y proclamar las “relaciones carnales” entre la Argentina y Estados Unidos.
A esta altura del «Rusia-gate», Trump está obligado a sobreactuar su enemistad con Rusia, del mismo modo que Menem sobreactuó amor al Tío Sam y al Consenso de Washington. La diferencia es que en Estados Unidos la sobreactuación podría no salvar al presidente de un juicio político si se prueban las sospechas.
El fantasma del impeachment regresó súbitamente a rondar la Casa Blanca. Ahora, lo trajo el despido del jefe del FBI, James Comey, por negarse a cesar la investigación sobre la injerencia rusa en el proceso electoral que convirtió a Trump en presidente.
La actual administración nació a la sombra de un Watergate y el caso será una espada de Damócles sobre el primer gobernante que inició su mandato con riesgo de terminar en un juicio político.
No podría ser de otra manera. No se trata, como dice Trump, de una operación de la prensa, a la que denigró desde la campaña electoral, como hacen todos los líderes populistas. Se trata de lo que está a la vista desde que, en las primarias, fue el primer candidato de la historia norteamericana que elogió a un líder ruso y al modelo de liderazgo autocrático que caracteriza a Vladimir Putin.
También fue el candidato al que el jefe del Kremlin elogió públicamente y cuyo triunfo festejó sin disimulo. A eso se suma la fallida incorporación de Michael Flyn en el Consejo de Seguridad Nacional, destituido poco después, al conocerse sus constantes contactos con Moscú y con la embajada rusa.
Por si faltaba algo, la designación como secretario de Estado de Rex Tillerson, CEO de Exxon, quien pasó años en Moscú y trabó amistad con la elite que gobierna Rusia. Y no fue todo: Trump fue uno de los impulsores externos del BREXIT, aplaudido por Rusia, y de los líderes populistas como el holandés Gert Wilders y la francesa Marine Le Pen, que quieren desarmar la Unión Europea, enterrar el euro y revivir las antiguas monedas nacionales, algo que ansía Vladimir Putin.
Como si fuera poco, Trump criticó a la OTAN y amenazó con sacar a los Estados Unidos de la alianza militar que estableció el cerco geoestratégico que sofocó a la Unión Soviética, y contra la cual el líder ruso manifiesta abiertamente su aversión.
Al echar a James Comey de la jefatura del FBI, Trump puede alejar momentáneamente de la Casa Blanca, pero el fantasma del «Rusia-gate», seguirá rondando su gobierno y amenazándolo con convertirse en un juicio político.