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Por Claudio Fantini. Venezuela ya no puede permanecer donde está. Su situación se ha vuelto insostenible. O bien termina de convertirse en un régimen totalitario, sostenido exclusivamente en la represión militar y por el control de los servicios de inteligencia […] o bien, se derrumba el poder autoritario y su paralizado modelo económico, dando paso a una transición a la democracia y la economía de mercado. No hay tercera posibilidad.
La creación política y económica de Hugo Chávez terminó de colapsar. Sólo pudo sostenerse cuando los precios internacionales del crudo alcanzaron un nivel estratosférico.
Lo que está desintegrándose no es sólo la patética “ineptocracia” que encabezan Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y la cúpula militar. Al modelo no lo creó este presidente abrumadoramente inepto y la mafia cívico-militar que selló una alianza en base al contrabando de combustible, al narcotráfico y también a formas corrientes de corrupción.
Al modelo económico lo creó Chávez, al grito de “exprópiese”; diluyendo toda influencia del mercado en una economía que transitó por mano única hacia la estatización total.
Amén de su descomunal falta de capacidad, Maduro no podía torcer el rumbo que había impuesto el líder bolivariano. Sólo Chávez tenía la autoridad para sacar a Venezuela del pantano donde la hundió. Maduro es apenas un heredero sin derecho ideológico propio.
Cuando Nikita Khrushev quiso quitarse el chaleco de fuerza colectivista que había heredado de Stalin, primero debió matar el mito del dictador comunista. Recién después de poner en marcha la “desestalinización” (denuncia de los crímenes del tirano al que había servido como comisario político), Khrushev pudo flexibilizar el proceso.
Es inimaginable que caudillos mediocres como Maduro puedan dinamitar la imagen de su antecesor, como lo hizo Khrushev.
La pregunta es cómo sería Venezuela si Chávez no hubiera muerto. Sería exactamente igual si el líder bolivariano se hubiese atado a sus ideologismos.
El presente de Venezuela sería diferente sólo si Chávez, además de sobrevivir a la letal enfermedad que lo abatió, se hubiese apoyado en su costado más pragmático y en lugar de “profundizar el modelo” híper-estatista, hubiera retrocedido para restituir al menos cierta gravitación del mercado.
Rafael Correa y Evo Morales, sobre todo el presidente boliviano, son dos ejemplos de ideologismo en el discurso, pero de un pragmatismo inteligente en el manejo de la economía.
Maduro no parece tener capacidad ni siquiera para entender la diferencia.