Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
Suscribite al canal de Los Turello.
Por Claudio Fantini. A las razones de incertidumbre que ya sobrevuelan el continente americano, se suma por estas horas la escalada de tensión que podría llevar a Venezuela y Colombia a los umbrales de una guerra abierta. Repasemos la situación en Latinoamérica y veamos de qué se trata.
Con un presidente turbio y cuestionado como Michel Temer, Brasil entra a la recta final hacia unos comicios –el 7 de octubre próximo-, en el que el candidato más popular está preso y su postulación será declarada inválida.
Mientras, la Argentina se ve sacudida por la deriva económica que debilita al actual Gobierno y el sismo político-judicial que crece junto a las pruebas de la corrupción kirchnerista.
A este panorama se suma Nicaragua, donde el gobierno de Daniel Ortega enfrenta una rebelión de sectores medios y universitarios.
Colombia y Venezuela llevan años en una guerra fría y no se puede descartar que derive en un conflicto abierto.
Y como si todo eso fuera poco, un extraño suceso en Caracas intensifica la tensión entre Venezuela y Colombia.
El estallido de dos drones durante un desfile presidido por Nicolás Maduro, fue explicado por el régimen como un intento de magnicidio detrás del cual está el hombre que hasta ayer era presidente de Colombia: Juan Manuel Santos.
Hay razones para no descartar un intento de atentado perpetrado por grupos disidentes. Pero también hay razones para sospechar de un hecho armado por Maduro. Por un lado, porque el desfile que habitualmente se hace en el Fuerte Tiuna, esta vez se hizo en la avenida Bolívar, un escenario mucho más visible si se quiere mostrar un espectáculo a los venezolanos y al mundo. Y por otro lado, porque la crisis económica y social venezolana ya está en estado catatónico y el régimen está a punto de poner en marcha un plan de ajuste que acrecentaría el padecimiento de la sociedad.
El hecho es que el presunto atentado hizo que Maduro acusara al gobierno colombiano, a pocas horas de que Juan Manuel Santos deje la presidencia en manos de Iván Duque, un uribista de paladar negro.
Algo oscuro quedó flotando tras las explosiones de los dos drones en el centro de Caracas. Los batallones que desfilaron ante el palco presidencial aún no se habían retirado y el régimen ya había señalado al presidente colombiano como responsable del supuesto plan magnicida.
La gravedad del señalamiento cobra magnitud si se tiene en cuenta la teoría histórica que impulsó Hugo Chávez. Según esa teoría, detrás de todo lo malo que ocurre en Venezuela, está la “oligarquía bogotana”. El exuberante líder bolivariano convirtió a los gobiernos de Colombia en la extensión contemporánea de una conspiración decimonónica contra la unidad latinoamericana.
En el marco de ese relato, Chávez protagonizó en el año 2010 una escena surrealista al hacer exhumar el cadáver de Simón Bolívar para probar que “no murió de tuberculosis como dice la historia oficial, sino que fue asesinado con arsénico”. La teoría afirma también que, detrás del “asesinato del Libertador” estaba Francisco Santander y la misma camarilla que habría planeado el asesinato del Gran Mariscal Sucre.
En ese relato de la historia, Álvaro Uribe es la versión contemporánea de Santander, mientras que la clase dirigente de Colombia es la proyección en este tiempo de aquella “oligarquía bogotana” que saboteó el proyecto bolivariano de “la Gran Colombia”.
Por eso, el dedo de Maduro apuntó inmediatamente hacia la capital colombiana. A Juan Manuel Santos le tocó, en esta oportunidad, el rol de Santander. La bancarrota económica plagando Venezuela de protestas, sumada a la inminencia de un “ajuste” fuerte que agravaría las tensiones sociales, podrían tentar al régimen a recurrir al chivo expiatorio preferido del chavismo.
Por cierto, no se puede descartar que de verdad hayan intentado asesinar a Maduro. También es evidente que en Colombia, principal receptor de la desequilibrante ola de emigrantes venezolanos, el gobierno de Santos desea la caída del catastrófico régimen de Maduro y la cúpula militar venezolana.
Pero tampoco se puede descartar la típica estratagema de los autoritarismos para afrontar tensiones internas: inventar conspiraciones y señalar enemigos que obliguen a cerrar filas en las fuerzas militares y sirvan de coartada para una cacería de brujas.
Eso sugiere el hecho de que, tan velozmente, el régimen diera por esclarecido el suceso, realizando grandes redadas y acusando al presidente Santos.
El día no había concluido y el régimen ya había capturado desde policías que estuvieron en la rebelión del agente Oscar Pérez, rodeado y acribillado a pesar de haberse rendido, hasta militares que apoyaron al capitán Caguaripano en el ataque al fuerte de Paramacaybo.
El humo de los drones estallados aún no se había disipado sobre Caracas y ya había allanamientos, detenidos y el nombre de un presidente colombiano en la boca de Maduro.
La región debiera estar alerta. El régimen que carcomió la economía y las instituciones venezolanas, al tiempo que provocó una diáspora que inunda Colombia, tiene enemigos internos dispuestos a todo y también tiene la necesidad de crear tensiones que justifiquen represión y más cercenamiento de libertades.
Colombia y Venezuela llevan años en una guerra fría y no se puede descartar que derive en un conflicto abierto.
Sobre todo, porque la deriva chavista se profundiza y, a partir de hoy, al Palacio de Nariño no lo habita el dialoguista Santos, sino el radical uribista Iván Duque.