Por Claudio Fantini. Como si una lupa gigante registrara todos sus gestos y los amplificara, desde que se sentó en el trono de Pedro el Papa Francisco ha sido una fábrica de actos y palabras de fuerte impacto. Pero no siempre han tenido genuina profundidad. Es la lente de la lupa la que agiganta todo, incluso el simple gesto que no aspira a ser mensaje.
Ahora bien, hubo muchos actos y palabras de gran trascendencia. En esa lista se inscribe el diálogo epistolar que mantuvo con un lúcido y célebre ateo de la intelectualidad italiana: Eugenio Scalfari.
Francisco respondió a dos editoriales de La Repubblica, el diario italiano de mayor tiraje, que expresa desde su fundación, en 1976, a la vasta cultura del centroizquierda en el país del Dante. No es el primer diálogo de este tipo. A mediados de los noventa, el agnóstico Umberto Eco y el Obispo de Milán, Carlo María Martini, sostuvieron el célebre coloquio que quedó recopilado en el libro “En qué creen los que no creen”.
Pero no es común que un Papa entable este intercambio de ideas. Mucho menos, con un intelectual de izquierdas que ha definido a Dios como “invención consolatoria de los hombres”.
Sclafaro planteó en sus columnas editoriales dos cuestiones:
■ En una preguntó si “el Dios de los cristianos perdona a quien no cree”.
■ En la segunda abordó un tema filosóficamente crucial: la verdad.
Clic aquí para ver «Diálogo abierto con los no creyentes« del Papa Francisco en La Repubblica.
La novedad no sólo está en que un pontífice haya respondido a tal interpelación. También hay sorpresa en las respuestas del Papa Francisco. Seguramente abrirá un debate teológico en el catolicismo su respuesta de que el pecado es ir contra la propia conciencia; contra lo que concientemente se entiende por bien y por mal.
También abrirá debate la idea de que la verdad no es absoluta, sino “una relación”.
Más allá de esos debates, de por si saludables en el seno de una comunidad religiosa, la decisión de abrir el debate filosófico más allá de los confines teológicos del catolicismo, es uno de los gestos más novedosos y significativos del nuevo pontífice. ●