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Silencio entre los patriotas guionados del macricaputismo, con o sin Síndrome de TN.
Oberdán Rocamora, especial para JorgeAsísDigital.com.
En el caso -altamente probable- que el macricaputismo celebre otra vez en Costa Salguero, habría que reconsiderar la cuestión divisoria de las pulseras.
Son las pulseritas de varios colores. Cada uno marca la magnitud ideológica del acceso.
Amarilla, por ejemplo, es para saltar entre los globitos de la hinchada.
La verde sirve para estar en el corralito, de 15 por 18, con derecho a subir a la euforia del baile si lo autorizan.
Pero de acuerdo a la indagación, lo que todos los macricaputistas quisieran es calzarse en la muñeca la pulsera negra. Es la más ambicionada. Cotizada. Hay quienes pagarían por tener la pulsera negra y mostrarla. Permite estar al lado, o muy cerca, del accionista principal, Mauricio, El Ángel Exterminador. Y si es que está en Buenos Aires y decide abandonar el perfil subterráneo y participar del jolgorio, se puede estar en la proximidad del otro accionista, a la par. Es Nicky Caputo, Anclado en Miami.
Por supuesto, quien luzca la pulsera negra puede socializar también con la señora Juliana, La Bella Paisana. Como con el gerente sustancial, Marquitos Peña, El Pibe de Oro, el verdadero instrumentador de las vibrantes alucinaciones conservadoras del otro gerente, el pensador Jaime Durán Barbas, El Equeco.
Además portan la pulsera negra algunos otros gerentes de menor nivel en la empresa, como Horacio Rodríguez Larreta, El Geniol, o Diego Santilli, El Rojo Romántico, o la señora Gabriela Michetti, La Novicia Rebelde, o la señora María Eugenia Vidal, La Chica del Flores de Girondo (releer Veinte poemas para el tranvía, de don Oliverio).
También los portadores de la pulsera negra pueden rozarse con algunos parientes del combo, Tagliaferro y Tonelli incluidos. Y determinados jóvenes lozanos, patovicas del pensamiento que activan en el equipo de comunicación que orienta Marquitos. Chicos que son contemplados, según nuestras fuentes, con cierta envidia y perceptible desasosiego, diría Fernando Pessoa, ese gran poeta inventado por Santiago Kovadloff, Predicador del Country.
Contemplados, los chicos que portan la pulsera negra, con el rencor lícito de algunos ministros, que seguramente ya no van a seguir con el trabajo de ministros durante la administración de Geniol. O están mirados por los candidatos a gobernadores que ponen la cara, por los diputados afectados por el Síndrome TN, y por diversos patriotas guionados que suelen recitar el guión del cambio que Marquitos les pasa por correo electrónico, y que tal vez llegan al “voluntariado”, posibles fiscales captados desde la red social que fueron sigilosamente infiltrados por los mini-gobernadores más antiguos del conurbano.
Sin embargo, a estos patriotas guionados del macricaputismo apenas les alcanza para portar la pulserita verde. La que tiene -infortunadamente- el acceso restringido al sector VIP. Que es donde están los que tienen la pulsera negra y donde todos quieren estar para que los vean los portadores de las otras pulseritas, amarillas, lilas, fucsia o policromáticas.
El tema de las pulseras para Costa Salguero deriva en tensiones oscuras porque está en juego el poder. Y a esta altura no basta con responsabilizar, del armado y de la escenografía fragmentada, a la señora Bárbara Diez de Geniol. Se trata de una marginación política que incita, a venerables macricaputistas -portadores o no del Síndrome TN- a destacarse sólo por la ausencia.
“Si yo voy a celebrar, quiero estar cerca de Macri, decirle algo, que me registre”, confirma la Garganta. Suele participar de las reuniones de análisis de los lunes, en la meritoria Fundación Pensar, donde se piensa gratuitamente y al boleo porque siempre los que deciden son los dos accionistas. En la mesa chica del poder, apenas una mesa ratona, con sitio sólo para dos.
“Me siento forreado por Marquitos y los pendex que lo rodean”, prosigue otra Garganta. Irritado porque, aunque la gestione, nunca puede ligar la pulsera negra. Y a duras penas le consiguen la pulsera verde. Pero las Gargantas exageran el resquemor contra El Pibe de Oro. Porque si no son merecedores de calzar la pulsera negra no es por culpa de Marquitos ni de la señora Bárbara. Es la decisión de uno de los dos máximos accionistas. El que quiere ser presidente.
Cuando fue la gloriosa primera vuelta, abundaba en Costa Salguero la jocunda y la enjundia. Y estallaban los globitos eufóricos porque Geniol le había sacado 20 puntos de ventaja a Martín Lousteau, El Personaje de Wilde.
Entonces ocurrió un episodio desagradable con cierto empresario que aporta dinerillos (supuestamente) destinados a la campaña. El hombre quiso chapear influencia, e importancia personal, con otros dos empresarios, y con la fascinada esposa de uno de ellos. El grupete anhelaba saludar a Mauricio. Al menos mirarlo de cerca, improvisar unos pasitos, notificarles el apoyo espiritual y posiblemente algo del efectivo materialismo histórico. Pero en la puerta fueron implacables. Por más que el empresario aportador getoneara, apenas logró que le alcanzaran una pulserita amarilla. Para estar entre la hinchada. Y a los acompañantes fascinados no los dejaron siquiera pasar. El grupete terminó en El Mirasol de La Recova. Mollejas amargas.
❝La forma, en estética, marca el fondo❞
La forma, en estética, marca el fondo. Lo condiciona. Y el fondo es, en realidad, casi imperceptible. Sobre todo cuando se asiste apenas a una superposición de formas que ocultan un fondo que cuesta, en definitiva, encontrar.
No obstante, los privilegiados de la pulsera negra pudieron comprobar, durante el domingo de la segunda vuelta, en Costa Salguero y con los globos, que Mauricio la pifiaba. Que en este billar le fallaba la tiza y le produjo una pifia al taco. Era el momento menos indicado para aplicar un cambio de discurso, y aplicar un kirchnerismo bien administrado y limpito ante un escenario inmerecido de derrota. Mauricio debía reivindicar el triunfo de Geniol, contra todas las fuerzas de la oposición amontonadas. Pero prefirió, en cambio, para colmo sin convicción, atreverse con el pozo negro Aerolíneas, las AFJP y la estatización catastrófica de YPF. Se largó a hablar de lo que después debía ser explicado. Y en política aquel que explica pierde.
Con instructivos informáticos. Con las despampanantes explicaciones de El Equeco, ante el Grupo “avellutiano” El Manifiesto. Con entrevistas al Pibe de Oro que daba la cara, para instalar que “los subestimaban”.
Mientras tanto, los otros sensatos del PRO, los patriotas guionados, o los portadores sanos del Síndrome TN, prefieren utilizar los atributos del silencio. El consejo más sabio de El Equeco. Alude a la importancia de callar.
Entonces callan. No emiten el menor quejido crítico ante la pifiada porque están a siete días del final de la campaña.
La gran pregunta es si el PRO, en lo que resta del año, podrá volver a celebrar en agosto. O, en todo caso, en octubre.
Carecen en el macricaputismo de la audacia, sin ir más lejos, del adversario cristinista. Los que admirablemente no vacilaron en festejar, con ademanes, un tercer puesto. Sin que les interese el ridículo.
Al contrario, los macricaputistas tienen mayor sensibilidad. Se les percibe el desencanto en el rostro. Aunque acepten, sólo en voz baja, que el principal accionista pifió. Justo cuando todos lo contemplaban.
De todos modos, el macricaputismo siempre merece celebrar. En poco tiempo, desde un esquema urbano y vecinal, se constituyeron como alternativa. Hasta auto-considerarse los emblemáticos representantes del cambio. Aunque les aparezca a menudo otro sorpresivo. Que represente otra versión del cambio. De verdad.
En 2013 fue Sergio Massa, El Renovador de la Permanencia. Fue quien representó la novedad y era trece años menor que Mauricio, el joven que estaba para oxigenar la política. Y cuando Mauricio -en colaboración con su amigo Daniel- logró atenuar la figura de Massa, hasta reducirlo, se le apareció, de repente, Lousteau. Es once años menor y lo espera en el estratégicamente lejano 2019.
Lo recomendable, si vuelven a celebrar en agosto -lo cual es improbable-, en noviembre, o en 2019, es modificar un aspecto de fondo. El límite de clase, como lo llamaba Abelardo Arias. La diferencia. La frontera en materia de gravitación. La pulsera negra.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital.com