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Por Eugenio Gimeno Balaguer. Cuando desde tiempos muy remotos los seres humanos quisieron resaltar algunas cualidades, ofrecimientos, zonas o cosas, buscaron adjetivaciones que las trasunte. La humanidad fue generando mecanismos y hasta ritos para destacar su significado. VIP es un acrónimo del inglés que significa very important person, pero su uso se ha generalizado en otros ámbitos.
Desde hace casi un siglo, esa expresión forma parte de las estrategias de marketing como una herramienta muy poderosa. Se denominan salas VIP a zonas reservadas para determinadas personalidades en hoteles, aeropuertos, barcos, salas de prensa, tarjetas de crédito, boliches y un largo etcétera.
Incluso han surgido imitaciones como la alfombra roja que se usa para marcar “recorridos” desde jefes de Estado, hasta los merecedores de distinciones como el Nobel o un Oscar.
¿Qué atractivo siente la persona a la que se le ofrece un servicio VIP? ¿Qué es ser VIP? Uno de los “imanes” más fuertes para la gente es el reconocimiento en cualquiera de sus formas. Tal vez la posibilidad de “comprar prestigio” y concretarlo, puede ser el mayor reconocimiento en la pequeña “comunidad” en la que cada uno actúa.
Pero, allá “en el fondo”, donde se exprimen las esencias de las cosas, parece que el mejor reconocimiento es el de uno con uno mismo.
Eugene Ionesco tenía la respuesta cuando hablaba de objetividad a la cual definía como “estar de acuerdo con la propia subjetividad, es decir no mentirse, ni mentir”.
Por más “minusválidos” que seamos, si nos mostramos como somos y tomamos conciencia de ello, si nuestras relaciones traducen esta franqueza, seremos VIP y lo más importante, trataremos a todas las personas como VIP.