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Por Claudio Fantini. “No reconocen absolutamente nada del pasado: ni la corrupción, ni el autoritarismo, ni la violencia, ni el abuso. No creemos que puedan representar la igualdad los que ocultaban los datos de la pobreza y no creemos que puedan hablar de modernidad, los que nos aislaron del mundo”. La crítica lúcida y bastante completa contra el kirchnerismo fue efectuada por Martín Lousteau.
Días antes, candidatos y referentes justicialistas, además de Sergio Massa, habían rechazado de plano la invitación de Cristina Kirchner a que se encolumnaran detrás su candidatura. Y un importante líder gremial, nada menos que el cegetista Juan Carlos Schmid, le pidió a la ex presidenta que “dé un paso al costado”.
No habría que descartar que eso ocurra. Por cierto, no sería por el pedido del sindicalista, sino porque las encuestas podrían persuadirla.
Está claro que no le alcanzará un victoria escuálida como la que obtuvo en las PASO. Tantos los mercados como la actividad judicial leyeron ese resultado como una prueba de debilidad y reaccionaron en consecuencia.
Cristina Kirchner sólo pudo festejar el resultado que obtuvo en las PASO gracias a la negligencia del macrismo. Si la noche de ese domingo, en medio del festejo, los principales exponentes de Cambiemos hubiesen anunciado que el escrutinio en Buenos Aires estaba encaminado a un empate técnico, habrían vacunado la victoria que obtenían en el país contra cualquier tipo de festejo kirchnerista.
La ex presidenta no festejó el 0,20 que la separó de Bullrich, sino que finamente había “ganado” esa votación en la que el macrismo la había presentado como si su candidato la hubiera superado en votos.
Gracias a la obtusa avivada de corto alcance de los “estrategas” de Cambiemos, Cristina pudo posar de ganadora, pero ese triunfalismo sólo lo consumieron sus adictos.
En octubre necesita ganar de verdad. Imponerse de manera clara y contundente. Y a esta altura eso parece imposible.
Si sus esperanzas terminan evaporándose en la medida en que las encuestas muestren que corre un grave riesgo de ser vencida por un candidato de tanta fragilidad como el ex ministro de Educación, es probable que prefiera bajarse de la candidatura. Argumentaría que lo hace como sacrificio para la unidad del peronismo, pero la verdad será otra: se bajará para no ser derrotada.
Si se cumplieran los vaticinios que de momento hacen las encuestas, Cristina no sólo perdería un invicto sorprendente como candidata y empañaría aquel 54% del que hace gala siempre que puede. Su protagonismo se evaporaría, lo que daría aliento a las inversiones que se insinúan con más fuerza desde su pobre desempeño en las PASO. Peor aún, quedaría debilitada como para que los jueces se lancen contra ella considerándola un cadáver político.
Ante semejante riesgo, es posible que Cristina haga lo que hizo Menem cuando enfrentó a su marido: desertar de una elección que sólo le sirve si la fortalece, pero la expone a peores males, si la debilita.