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Por Claudio Fantini. Donald Trump necesitaba diferenciarse de Barack Obama, al que acusó que no responder adecuadamente al golpe devastador que implicó el asalto al consulado norteamericano en la ciudad libia de Benghazi, con la muerte del embajador Christopher Stevens en septiembre de 2012. De allí, la furibunda reacción de liquidar al jerarca militar iraní Soleimani, un brutal ejecutor de las órdenes del régimen.
El asalto de turbas a la embajada en Bagdad, que obligó a evacuar a todos los funcionarios diplomáticos, no podía impune. Pero nadie imaginó semejante repuesta: el bombardeo que mató al general estrella de la Guardia Revolucionaria iraní y héroe de los chiitas iraníes, iraquíes y libaneses, Qasem Soleimani.
Además, como premio añadido para los marines que realizaron el ataque contra el convoy que entraba al aeropuerto de Bagdad, cayó también el general Abú Mahdi al Muhandis, la mano derecha de Soleimani en Irak, quien actuaba como fundador y número dos de las Fuerzas de Movilización Popular y de Kataeb Hizbolá, el brazo iraquí del partido militarizado libanés.
Fue un doble golpe -ordenado por Trump- sobre la teocracia persa.
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) January 3, 2020
Soleimani era un hombre clave, un estratega de primerísimo nivel, el hombre que manejaba la proyección internacional del poderío militar iraní. Como jefe de la Fuerza Quds, brazo externo de los Guardianes de la Revolución, Qassem Soleimani había organizado, a fines de la década de 1990, la estructura de Hezbolá para cometer atentados más allá del Líbano.
Irán no puede quedar de brazos cruzados. Va a responder. La pregunta es cómo.
Hasta Latinoamérica llegó ese accionar terrorista. Pero en los últimos años, el general Soleimani, quien respondía directa y exclusivamente al ayatola Alí Jamenei, fue la pieza clave de Irán para el armado de su gravitación político-militar en Irak.
Con un talento estratégico y una capacidad negociadora que lo distinguían también en el escenario político, tejió el vínculo entre Teherán y el ex primer ministro iraquí Nuri al Maliki. Y colaboró en que todos los gobiernos de Irak tuvieran preeminencia chiita.
Antes que eso, había logrado acercar las relaciones entre el jeque chiita rebelde Muqtad al Sadr y el gobierno iraquí.
Ahora estaba organizando a las milicias chiitas y los brazos iraquíes de Hezbolá para que atacaran permanentemente intereses norteamericanos hasta que Estados Unidos se retire de Irak.
La respuesta norteamericana a la más osada de las acciones iraníes -el ataque a la embajada de EE.UU. en Irak- deja a Estados Unidos e Irán al borde de una guerra total.
Irán no puede quedar de brazos cruzados. Va a responder. La pregunta es cómo.
Cuando los iraníes abatieron un drone en el estrecho de Ormuz, Trump dejó a la vista su preferencia de no entrar en guerra directa con Irán. Pero eso, quizás, ya no sea posible.