Por Claudio Fantini (Periodista, politólogo y docente de la UES 21, en Twitter: @claudioofantini). Lo ocurrido entre el sísmico anuncio de su renuncia y la histórica concreción (ayer, a las 16, hora argentina se cerraron las oficinas vaticanas) del primer paso al costado que da un Papa en más de medio milenio…
… confirma claramente que la decisión de Benedicto XVI (ahora cardenal Joseph Ratzinger) está ligada a los poderes ocultos que le impidieron desatar nudos de corrupción y descorrer velos de impunidad en la Iglesia Católica.
La versión oficial intentó resumir la razón en el agobio y la debilidad física que la vejez provocó sobre el pontífice. Sin duda que el agotamiento consumió a ese hombre frágil, de voz tenue pero en los últimos años quedó a la vista su pérdida de liderazgo.
Además de líder espiritual, el Papa es un jefe de Estado, la cabeza de una estructura jerárquica de singular complejidad. Para ejercer ese rol necesita fuerza política. Y desde hace dos años, cuando permitió la caída del arzobispo Carlo María Viganó, solitario adalid que enfrentaba la corrupción en la alta curia y en oscuras y poderosas organizaciones para-eclesiásticas, se confirmó que Benedicto XVI tenía menos poder que el secretario de Estado vaticano, Tarcisio Bertone.
Y lo que confirmaron las acciones y palabras del Papa entre el anuncio y la concreción de su dimisión, es que la renuncia es también una denuncia contra los cenáculos de la alta curia que vaciaron su liderazgo. Sus últimos discursos y homilías hablaron de divisiones dentro de la Iglesia, de la acción “del diablo” sobre “la obra de Dios”, de “hipocresía” y de conspiraciones en la cúspide eclesiástica. Ayer, encabezó la última audiencia pública en la Plaza de San Pedro ante unso 150 mil fieles (foto).
Esas fuertes palabras fueron acompañadas por acciones que nunca antes había podido hacer, precisamente por la debilidad de su jefatura política. Sacó del Vaticano a monseñor Balestrero, el hombre de Bertone en las finanzas vaticanas; dejó fuera del cónclave que elegirá al nuevo pontífice al cardenal escocés O’Brien, acusado de acosos sexuales múltiples. Y también decapitó el IOR (Instituto para Obras de Religión: banco vaticano), colocando al frente al alemán Ernst von Freyberg.
En un puñado de días hizo lo que no pudo hacer en ocho años de pontificado. ¿Por qué? Porque haber sacudido al mundo en general y a la Iglesia en particular con su histórica y sísmica decisión de abandonar el trono de Pedro, le dio una dosis extra de fuerza que usó para denunciar las corrupciones morales que carcomen el vigor de la Iglesia, del mismo modo que carcomieron su trémulo liderazgo.