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Por Juan Turello. Alberto Fernández retornó al país con una sonrisa por las señales positivas que, entiende, le brindaron las autoridades del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Club de París, señala mi nota en La Voz. Es muy posible que el humor presidencial cambie rápidamente por los problemas urgentes que debe atender aquí, como una inflación imparable, el vencimiento el próximo viernes de las polémicas restricciones y la desgastante interna oficial.
La inflación fue de 4,1 por ciento en abril, con un acumulado de 17,6% en el primer cuatrimestre (anualizado da 62,5%). Es el peor arranque desde 2002, tras la caída de la convertibilidad.
El Gobierno destaca la “desaceleración”, de 4,8% en marzo a 4,1% en abril. Es como si se festeja que un auto que circulaba a 200 kilómetros por hora, desacelera a 190 kilómetros.
La velocidad de circulación de la moneda lo destroza todo. Asalariados y jubilados vienen perdiendo la carrera desde el segundo trimestre de 2018.
Los precios relativos distorsionan los negocios. Sin inversión es imposible atender la mayor demanda que genera la acelerada circulación de los pesos.
Las crisis permanentes que sufre el país y los discursos ideologizados de ciertos dirigentes ocultan la cuestión más grave: el Estado no puede gastar más que sus ingresos.
Esa diferencia se debe cubrir con deuda externa (el cuello de botella que detonó las crisis más recientes); con deuda interna -el préstamo al sector público ahoga la actividad privada y también se vuelve impagable- o con emisión. Los resultados de la “maquinita” están a la vista.
Por contrapartida, el cepo al dólar, los controles de precios y las tarifas congeladas no dieron resultados.
La expectativa de una inflación más alta impacta en los precios, sumada la cultura inflacionaria que los argentinos tienen incorporada en su memoria.
El relevamiento de expectativas de mercado (REM) del Banco Central ya estima una inflación anual de 47,3% con “estanflación” (estancamiento con inflación).
La Universidad Torcuato Di Tella, en su encuesta nacional, relevó un número similar: 47,9%. Martín Guzmán previó 29% en el Presupuesto 2021. Imposible de cumplir.
La mejor noticia que trae Alberto Fernández en sus valijas es la promesa de Kristalina Georgieva, titular del FMI, de revisar las sobretasas por el endeudamiento excesivo de la Argentina.
El kirchnerismo -el núcleo duro del poder- lo espera con malas noticias. Este sector es partidario de un discurso crítico hacia el Fondo, porque esa bandera “rinde” en las urnas.
Otra: el kirchnerismo arrastró a los senadores del Frente de Todos a emitir una declaración dirigida a Guzmán, para advertirle que los derechos especiales de giro (DEG) no deben usarse para pagarle al FMI ni al Club de París.
Guzmán insiste en que las tarifas de luz y de gas deben aumentar en forma segmentada, de acuerdo con el consumo. «Hoy tenemos un sistema de subsidios energéticos que es pro-ricos”, apunta.
Máximo Kirchner ya tiene los votos en Diputados para una fuerte rebaja del gas -entre 30 y 50%- en las llamadas “zonas frías” de Buenos Aires, de Córdoba (se benefician 644 mil usuarios), de Mendoza, de San Luis y de Salta, entre otras.
¿Es más frío el invierno en la provincia de Buenos Aires o en Córdoba, promocionada como de “inviernos cálidos”-, que en la Capital Federal (húmeda y fría) o en Santiago del Estero, donde las condiciones de pobreza agravan esa sensación?
Hay que decirlo con todas las letras: la iniciativa de Máximo Kirchner forma parte de un proyecto para sumar diputados y lograr controlar la Cámara Baja, en la que -por ahora- se frenaron los intentos de manejar la Justicia.
Además de la trama política, la iniciativa destroza la intención de Guzmán de reducir los subsidios; recortar el déficit y evitar la emisión que alimenta la inflación.
Es casi seguro que Alberto Fernández dejará rápidamente de lado su sonrisa. La economía y el desorden político interno le exigirán respuestas que contrastan con el glamour europeo.