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Por Juan Turello. “Es un ministro brillante, pero no es para este gobierno atomizado”. La definición sobre Martín Guzmán la pronunció un calificado asesor político, con lazos con los gobiernos nacional y provincial, quien acababa de escucharlo en el anuncio de inversión de Holcim, en la planta cementera de Malagueño. Aunque el hecho se produjo días atrás, la interpretación es válida por los gestos que desplegó Alberto Fernández, entre ellos, por la deuda, señala mi nota en La Voz.
El presidente pidió apoyo al influyente gobierno de Alemania y a sus pares de Francia, de Italia, de España y de Portugal, para refinanciar la deuda por 2.400 millones de dólares con el Club de París, que vence el lunes próximo, y con el Fondo Monetario Internacional (FMI), por 44 mil millones de dólares.
Realizó el mismo pedido a la titular del Fondo, Kristalina Georgieva, para que prorrogue vencimientos y para que elimine la sobretasa al crédito argentino.
Pero las relaciones económicas no son ajenas a los gestos políticos en un mundo interrelacionado.
Debiera recordarlo el presidente cuando avala implícitamente la estrategia de Rusia y de China en Medio Oriente, al reclamar una investigación por la respuesta de Israel a los misiles de Hamas, y cuando decide retirar la demanda ante la Corte Internacional de La Haya por los crímenes de lesa humanidad en Venezuela.
Las violaciones a los derechos humanos no prescriben, como establecen la legislación argentina y los tratados internacionales.
En términos simples, Alberto Fernández pide ayuda económica a Europa y a Estados Unidos -que tiene el poder de veto en el FMI-, pero apoya políticamente a Rusia y a China, empujado por el kirchnerismo.
Las encuestas de opinión indican que la imagen positiva del presidente oscila entre el 25 y el 30 por ciento, que son los votos del peronismo identificado con las postulaciones de Cristina Kirchner.
La vicepresidenta y Axel Kicillof tienen los mismos márgenes positivos y negativos, según diversas muestras de opinión.
La “Proclama del 25 de Mayo”, firmada por dirigentes afines a Cristina Kirchner, propone caer en default en la deuda con el Club de París y con la del FMI.
Esa no es la estrategia de Guzmán, cuya figura ha quedado reducida a ser el “ministro de la deuda”. Este fin de semana, mostraría sus cartas en las difíciles negociaciones.
El ministro fracasó en el esquema de subsidios que propuso para la electricidad y el gas; en la fallida remoción del subsecretario Federico Basualdo; en el cierre de las exportaciones de carne y, ahora, en el plan “jubilación de amas de casa II”, que debería financiar el Tesoro y no la Anses, para evitar una mayor depresión de los haberes.
Alberto Fernández parece luchar contra un molino de viento para que baje el precio de la carne, cuando el cierre de las exportaciones ya provocó subas de entre 10 y 20% en el mostrador.
La continuidad del paro en la venta de hacienda alentará otro aumento, pese a que el consumo es el más bajo en 30 años.
Si el objetivo era desarmar “el rulo de la carne” (una especulación financiera basada en la compra y exportación de vaca manufactura), las herramientas eran castigar la evasión tributaria y el blanqueo de divisas de un pequeño grupo de exportadores no tradicionales.
El cierre desató temores en el campo que aporta -vía exportaciones- 2,1 dólares por cada dólar de la industria.
Otra incoherencia: la nueva ley de biocombustibles beneficia a las petroleras en detrimento de la industrialización del maíz y de la soja, que generan inversiones y más empleo.
Los millonarios subsidios al consumo de gas natural en las llamadas “zonas frías”, que tendrían rebajas de entre 30 y 50%, revela las necesidades electorales del oficialismo más que las reales temperaturas de las zonas beneficiadas.
Es otro golpe bajo al recorte en el gasto -en términos reales- que alienta Guzmán (jubilaciones, salarios, pandemia).
Un “ministro de la deuda” pero desconcentrado del aliento a la producción, sumado a medidas erráticas, no anticipan que la economía vaya a tener un buen pasar de acá a las elecciones.