Por Claudio Fantini (Periodista, politólogo, docente de la UES 21, @ClaudiooFantini). Fue un cónclave distinto. Desde el Concilio Vaticano II, en la elección de los papas pujaban dos posiciones contrapuestas en cuestiones teológicas, filosóficas y políticas.
Por un lado, el ala progresista, procurando cambiar la relación de la Iglesia con el mundo y abrir debates en todas las áreas, incluidos el dogma y la liturgia. Y por el otro, el ala conservadora, asumiendo el rol de inflexibles guardianes de las tradiciones vigentes.
Pero en este cónclave no se enfrentaron progresistas y conservadores, sino reformistas y curiales.
En las cuestiones de fondo, que van desde la interpretación del mensaje evangélico hasta el celibato sacerdotal, pasando por educación y métodos anticonceptivos, la casi totalidad de los cardenales son conservadores. Los papados de Karol Wojtila y Joseph Ratzinger hicieron de los curas y teólogos progresistas una especie en extinción.
Pero como ni Juan Pablo II ni Benedicto XVI pudieron desatar los nudos de corrupción financiera ni poner fin a desviaciones deleznables, como el abuso sexual de menores (el primero no lo intentó y el segundo fracasó en sus intentos), la pulseada política y teológica fue reemplazada por otra más terrenal: los que exigen reformas en la curia y en las políticas eclesiales para poner fin a los escándalos, y los que por ser partidarios del statu quo bloquearon los intentos reformistas que, desde la debilidad, llevó a cabo sin éxito Benedicto XVI.
A los primeros se los identifica como reformistas, precisamente por ser partidarios de las reformas; mientras que a los segundos se los llama curiales, por estar embanderados con la posición de la curia, o sea la burocracia que conforman los funcionarios de los dicasterios, que son las instituciones o ministerios que componen la estructura vaticana.
En principio, Bergoglio (ahora Francisco I) sería lo mismo que fue Ratzinger en los últimos años de su pontificado: un conservador reformista.
O sea, un pontífice conservador en lo referido al dogma, la doctrina y las posiciones de la Iglesia en las cuestiones mundanas; pero dispuesto a realizar las reformas necesarias para desatar nudos de corrupción en la curia romana y para poner fin a las conductas depravadas que dañaron la imagen de la Iglesia Católica.