Por Claudio Fantini. Krasnaya Svedzda, que significa Estrella Roja y era el diario del Ministerio de Defensa de la ex Unión Soviética, bautizó “Dama de hierro” a Margaret Thatcher cuando era una legisladora opositora al gobierno laborista…
… de James Callaghan, por el duro discurso que había dado en la Cámara de los Comunes, exigiendo máxima intransigencia con Moscú.
Ése era el rasgo principal de la química y abogada que llegó a gobernar Gran Bretaña y a imponer en buena parte del mundo su “revolución conservadora”.
Su historia prueba que el método populista que exalta la confrontación por sobre el diálogo y el consenso, no es de izquierda ni tiene ideología, sino que se trata de un modelo de liderazgo que usa ideologismos de izquierda o derecha, para construir poder desde la intolerancia.
Margaret Hilda Roberts tenía naturaleza de líder y lo demostró desde joven, liderando primero el centro de estudiantes de Oxford, donde se graduó en Química y en Derecho, pero fundamentalmente escalando dentro del partido «Tory», en un tiempo de predominio masculino. Los argentinos la recordaremos por la Guerra de Malvinas, pero su marca en el siglo 20 fue el thatcherismo reaganiano, o sea la ortodoxia neoliberal que empezó a imponer en Gran Bretaña y Estados Unidos las ideas de Milton Friedman (libre mercado extremo, flexibilización laboral, achicamiento del Estado y reducción de la ayuda social del Estado del Bienestar, el welfare state).
Lo que la esposa de Dennis Thatcher impuso en el Reino Unido en la década de 1980, terminó plasmándose en el Consenso de Washington y derramándose durante la década siguiente en buena parte del mundo, por el apoyo de Ronald Reagan (ambos en la foto).
Sus efectos negativos en Latinoamérica colaboraron en el surgimiento del nuevo populismo, que reivindica el estatismo y la ayuda social. Pero en la Argentina de estos últimos años, el método thatcheriano de liderazgo resultaría familiar.
Los británicos lo vieron cuando la entonces primer ministro enfrentó con dureza extrema las huelgas mineras de los años 1984 y 1985. No negoció ni concedió absolutamente nada. Para ella, negociar y conceder eran signos de debilidad. Confrontar e imponer era su método siempre. Así hizo frente a la huelga de hambre de Boby Sand y otros nueve líderes del IRA encarcelados. Con el ayuno exigían ser considerados presos políticos. Pero Thatcher no cedió ni un milímetro y los líderes norirlandeses terminaron muriendo de hambre.
La misma fórmula aplicó con Malvinas cuando el secretario de Estado norteamericano Alexander Haig le propuso arreglar la retirada argentina en una mesa de negociación.
Así entendía el liderazgo y el ejercicio del poder Margaret Hilda Roberts Thatcher. Su acción política se encuadra en eslóganes como “vamos por todo”, “nunca menos” y otros por el estilo.
Hay algo kirchneriano en el método thatcherista o, mejor dicho, hay algo thatcheriano en el kirchnerismo.