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  • Una oportunidad máxima

    Publicado: 03/05/2013 // Comentarios: 0

    Por Claudio Fantini. En las monarquías europeas es común la coronación de una extranjera. Catalina II, la más grande emperatriz de Rusia, era una princesa alemana y la reina Sofía, esposa del español Juan Carlos de Borbón, es griega.

    Máxima Zorreguieta tampoco es la primera plebeya en una familia real. Lo es la reina Rania de Jordania, esposa de Abdullá II, y también Leticia Ortiz Rocasolano, que será reina consorte cuando Felipe herede el trono español.

    Pero Máxima es la primer americana en sentarse en un trono europeo. Lo habría hecho antes que ella la estadounidense Wallis Simpson, si sus dos divorcios previos no hubieran forjado la abdicación de su tercer marido: Eduardo VIII. Aunque también está Grace Kelly, de Filadelfia, quien al casarse con el príncipe Raniero III de Mónaco, llevó el cargo de «Su Alteza Serenísima y Princesa

    Pero lo importante no tiene que ver con lo que muestran las revistas aristocráticas sino con el país que, Máxima mediante, se hace más visible para los argentinos: Holanda. El paradójico reino de las leyes más liberales y vanguardistas; el generoso Estado europeo que desde hace siglos asila a los librepensadores perseguidos en sus respectivos países por cuestionar al poder autocrático o por defender la libertad religiosa.

    Quizá la tradición liberal que, aunque con obstrucciones y contramarchas, ha recorrido su historia hasta la actualidad, se remonta a la gesta fundacional de Guillermo de Orange en el siglo 16. Aquel noble al que llamaban “el Taciturno”, encabezó la rebelión neerlandesa contra la dominación española por la persecución lanzada contra los protestantes de los Países Bajos.

    No todos fueron libertarios como aquel rey fundacional. También hubo en Holanda reyes autoritarios y hasta groseros, como Guillermo III, a quien la reina Victoria llamaba “patán maleducado” y The New York Times calificaba como el más decadente de los monarcas decimonónicos.

    Tras la muerte en 1890 de aquel personaje obtuso y desagradable, vino la sucesión de reinas. Primero Guillermina, luego Juliana y finalmente Beatriz, la reina que acaba de abdicar a favor de su hijo Guillermo, convirtiendo a Máxima Zorreguieta en reina consorte.

     

     Para la Argentina… 

     

    Lo más útil sería estrechar los lazos con un país admirable por su tradición de tolerancia y por la osadía de su jurisprudencia de avanzada. El país que dio asilo a John Locke, el padre del pensamiento liberal, y a grandes iluministas como Voltaire. El país que albergó a las comunidades judías que huyeron de la intolerancia religiosa de las coronas ibéricas, y donde otras se pudieron pronunciar en defensa del ateísmo en tiempos de fanático oscurantismo, filósofos de la talla de Baruch de Espinoza, expulsado de su colectividad, pero no del país, por sus críticas a los textos sagrados y por reemplazar la idea de Dios por la de naturaleza.

    En esta Argentina dividida por el dogmatismo político, la confrontación permanente y la intolerancia hacia el que piensa distinto, viene bien aprovechar la oportunidad para llevar la mirada más allá de los vestidos y las joyas, para deparar en la esencia histórica de los Países Bajos, en los que lo que no se tolera es la corrupción y la arbitrariedad gubernamental.

     


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