Por Claudio Fantini. Las masivas protestas en Brasil tienen algo en común con la llamada «primavera árabe» en Túnez y Egipto, y con la «rebelión juvenil» en Turquía: Eso que tiene en común es lo sorpresivo e inesperado.
Nada hacía pensar que en el Brasil de estos días se produciría la postal de la protesta más multitudinaria de las últimas décadas. Ni siquiera el gobierno corrupto de Fernando Collor de Mello, a quien un juicio político sacó de la presidencia, hizo estallar tanta indignación en las calles.
Esta indignación estalla contra el gobierno que más aceleró el crecimiento económico y que más gente hizo emerger desde la pobreza hasta la clase media. Si bien fue la formidable gestión de Fernando Henrique Cardoso la que sentó las bases para el despegue económico y el equilibrio social, los gobiernos del PT han sido, hasta el momento, grandes continuadores de aquellos lineamientos finalmente convertidos en políticas de Estado.
Y no es fácil explicar semejante estallido de indignación contra un gobierno eficaz, ya que Dilma Rousseff ha marcado un récord en la lucha contra la corrupción expulsando a funcionarios sospechados .
En el Túnez que se levantó contra Ziné Ben Alí, igual que en el Egipto que derribó a Hosni Mubarak desde la Plaza Tahrir, había una juventud frustrada por la pobreza y la falta de oportunidades, en el marco de vetustos despotismos gobernando economías en decadencia.
En Brasil, por el contrario, hay una democracia convirtiendo al país en potencia y produciendo asenso social en gran escala.
Turquía se diferencia de la «primavera árabe» en que las protestas que se derramaron desde Estambul a otras ciudades, no tienen que ver con la pobreza, sino con el miedo a un giro teocrático del gobierno de los fundamentalistas moderados Recep Erdogány Abdulá Gül, que aleja la democracia turca de la senda laica que estableció Ataturk, el fundador de la república en 1923.
Pero en Brasil no hay despotismo y muchos menos peligro de giro hacia la teocracia. Sin embargo, la cifra del costo del Mundial de Fútbol fue como la chispa que encendió el enojo que provocó el aumento en la tarifa del transporte.
En esa indignación hay un signo de este tiempo. En países donde las protestas tenían que ver con el hambre, ahora estallan por otros motivos.
■ En Chile, porque la juventud reclama gratuidad con excelencia en las universidades.
■ En la Argentina, porque a gran parte de la sociedad le resulta sofocante el ideologismo autoritario del gobierno kirchnerista.
■ Y ahora en Brasil, país futbolero como pocos, porque el costo que tiene el Mundial se vuelve absurdo en una sociedad que todavía tiene mucha pobreza y mucha corrupción.
Para envidia de muchos, en particular de la Argentina, Dilma Rousseff llamó a comprender y respetar las masivas protestas en Brasil, en lugar de victimizarse y descalificarlas como instrumento de una conjura golpista o destituyente.