Por Marcelo Capello (Economista, titular IERAL de Fundación Mediterránea). En las economías de mercado, los precios resultan información básica para las empresas. Guían las decisiones de inversión, en función de las rentabilidades relativas entre actividades. Cuando el precio relativo de un bien aumenta salvo que sea por problemas de oferta, está enviando información acerca de la rentabilidad que se obtiene al producirlo, y con ello guía las decisiones de inversión.
Para la macroeconomía, el precio clave es el tipo de cambio real (TCR) entre nuestra moneda y las divisas extranjeras. Y sus movimientos también suministran información básica. Aumentos en el TCR indican que resulta más rentable producir bienes transables, mientras que sus reducciones insinúan que podría ser más conveniente dedicarse a actividades no transables (bienes y servicios que no se exportan ni importan, y se destinan al mercado interno).
Dado que para toda economía resulta vital mantener una buena perfomance exportadora, para no sufrir el efecto negativo que suele derivar de la escasez de divisas extranjeras, el TCR no debe resultar excesivamente bajo. En las últimas 4 décadas, Argentina sufrió 3 períodos de TCR contra el dólar excesivamente bajo: el observado en los últimos años de la década de 1970 (“la Tablita” de Martínez de Hoz), a fines de la convertibilidad y el existente en la actual década.
En 2013, el TCR está en un nivel equivalente a 5,47 pesos por dólar (precios de este año), contra 5,09 de la Convertibilidad y 4,35 entre 1979 y 1980 con Martínez de Hoz. Comparado contra 2001, el TCR de 2013 resulta menor al de aquel año. EL TCR promedio entre 1970 y 2013 resultaría hoy de 9,55 pesos por dólar.
El riesgo del tipo de cambio bajo es muy claro: la pérdida de competitividad en la producción de transables, que afecta especialmente a la industria. En estos últimos años se ha intentado compensar con mayor protección arancelaria y no arancelaria para los que compiten con las importaciones, pero esto no hace más que agravar la situación para los exportadores.
Si en los próximos meses no se mejora la competitividad por la vía cambiaria u otras alternativas (reducciones impositivas, por ejemplo), terminará afectando el empleo industrial.
Cuando se llega a estas situaciones, la viabilidad de muchas empresas industriales pasa a depender más de lo que ocurra con la macroeconomía, especialmente la política económica, que de las propias acciones de los empresarios. Un problema grave para la economía, pero también una grave injusticia para empresarios y trabajadores a quienes suele llevarles décadas moldear sus empresas.