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Por Claudio Fantini. El presidente Alberto Fernández habló como si pudiera ocultar con palabras lo que ocurrió a la vista de todos. El acontecimiento en el que habló desmentía lo que estaba diciendo. Estaba juramentando un nuevo gabinete armado a las apuradas, pocos días después de haber afirmado que los cambios en el equipo de gobierno llegarían después de la elección de noviembre. Repasemos.
Decía que “él” había elegido a Juan Manzur como jefe de Gabinete cuando la carta pública que escribió su vicepresidenta, señalaba que Cristina Kirchner había propuesto al gobernador Tucumán.
Alberto Fernández describió como un sano y valioso debate interno la asonada vicepresidencial que lo obligó a girar en 180 grados la marcha de su gestión.
Todo fue desconcertante, como si el subtitulado no describiera lo que el público está viendo en cada escena.
El recambio resultó tan caótico y atropellado que Felipe Solá fue expulsado del Gobierno en pleno viaje para participar en la cumbre de la CELAC en representación del presidente.
Si en la historia no estuvieran la masacre de Ezeiza de 1973, la guerra entre la Triple A y la izquierda peronista que asesinó a José Ignacio Rucci, el “navarrazo”y el asesinato de Atilio López, entre otras páginas sangrientas, podría afirmarse que éste fue el choque interno más grave ocurrido en el peronismo.
Cuando lo ocurrido y el relato difieren es porque algo oscuro ocurre en el escenario político.
Más aún si los sucesos están a la vista de todos: el piquete que los ministros cristinistas hicieron dentro del Gabinete, la metralla de insultos y humillaciones descargadas a través de una diputada ultrakirchnerista (Fernanda Vallejos), consustanciada con la vicepresidenta y la carta de Cristina Kirchner postulándose como la mandante del Presidente.
El mandante de Presidente no es el ciudadano, sino su vice, según entiende Cristina Kirchner. El poder político sometió al poder que emana de la Constitución y las instituciones.
El estropicio es tan grande que la sociedad quedó aturdida por el estruendo de los proyectiles retóricos que llovieron sobre Alberto Fernández, reduciendo a escombros su autoridad.
Dirigentes, militantes y simpatizantes kirchneristas habían “militado” la política sanitaria en Twitter, en las redes y hasta en los grupos de Whatsapp, militantes y adherentes sostenían que el Gobierno “cura” y la oposición es antivacuna y anticuarentena.
Fernanda Vallejos reveló que la dirigencia defendía la política antipandemia “de la boca para afuera” porque “todos sabemos que fue pésima”.
¿Cómo debería sentirse esa legión de partidarios y dirigentes que “militaban” la política sanitaria creyendo al pie de la letra lo que decía una dirigencia que la defendía “de la boca para afuera”, pero que la consideraba “pésima”?