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Por Claudio Fantini. La prensa mundial habló más del partido que salió tercero, que del triunfo que obtuvo Angela Merkel, quien superó el récord de Helmut Kohl y se reafirmó en el liderazgo de Europa. ¿Por qué? Porque el partido que se convirtió en la tercer fuerza política de Alemania representa al antisistema desde la ultraderecha y es considerado por muchos alemanes como neonazi.
Casi cien años después de que el Partido Nacionalsocialista de los Obreros Alemanes llegara al Reichstag, iniciando el ascenso de Hitler a la cima del poder, una fuerza nacida en el 2013 para canalizar el euroescepticismo, en cuya dirigencia hay personajes como Alexander Gauland, que permanentemente merodea reivindicaciones del Tercer Reich, conquistó un buen puñado de bancas en el Bunsdestag.
Una pregunta es cómo pudo haber duplicado su caudal electoral alcanzando el 12%, de una elección a otra, un partido con nostalgia del período más monstruosamente criminal de la historia alemana, que hundió al país y a toda Europa en la conflagración más exterminadora y destructora.
La pregunta es por qué se da un fenómeno con similitudes con el nazimo en dos momentos tan disímiles de la historia.
El nazismo irrumpió en una Alemania devastada por la guerra, humillada por la derrota y sumergida en la miseria y la hiperinflación debido a las ruinosas condiciones que le impuso el Tratado de Versalles. La negligencia de los vencedores hizo que la República de Weimar naciera desfalleciente. Y fue en ese lodo de pobreza y humillación donde fermentó la aberrante ideología del supremacismo ario.
La Alemania de hoy está en las antípodas de aquel país que abrazó el fanatismo mesiánico de los ultranacionalistas.
Con Konrad Adenauer se puso de pie sobre los escombros que dejó la Segunda Guerra Mundial; con Willy Brandt avanzó hacia un capitalismo con equilibrio social, y con Helmut Kohl recuperó la totalidad de su territorio.
Alemania entró al siglo 21 con una economía hiperdesarrollada y una democracia vigorosa, totalmente liberada de fanatismos y de totalitarismos. ¿Por qué condiciones objetivas tan diametralmente opuestas, generaron un viraje similar hacia el ultranacionalismo?
Una de las razones es la ola de inmigrantes árabes y turcomanos que inundó Alemania en los últimos años. Sobre esa ola de musulmanes navegó la demagogia xenófoba, prometiendo deportaciones en masa y fronteras cerradas.
Otra razón es que los gobiernos de la “Gran Coalición” han empezado a molestar a los sectores más duros de las bases partidarias de la centroizquierda y la centroderecha.
El primero gobierno compartido por conservadores y socialdemócratas fue el que encabezó el democristiano Kurt Kiesinger, secundado por el socialdemócrata Willy Brandt en la segunda mitad de la década de 1970. La segunda “Gran Coalición” es la que hizo Angela Merkel con Gerhard Schröeder, por la escasísima ventaja que le había sacado en el comicio que la convirtió en canciller.
Fue entonces cuando comenzaron a crujir las bases partidarias. Y en el último gobierno compartido entre los dos archirrivales de la política alemana, que es el que concluye con esta última elección, hubo un flujo de socialdemócratas hacia Die Linke (La izquierda) y un flujo aún mayor de cristiano-demócratas hacia la ultraderechista Alternativa Para Alemania (AFD), el partido que duplicó su caudal electoral e ingresó al Bundestag (Cámara Baja).
Pero hay una razón que está por encima de esas razones: éste es un tiempo marcado por el ascenso del antisistema contra la “aldea global”.
La incertidumbre y el miedo que provocan en el hombre contemporáneo; la aceleración del ya vertiginoso proceso de transformación tecnológica permanente, sumados a la presión de la globalización contra las identidades nacionales y étnicas, provocan una contraofensiva de las demagogias políticas, étnicas y religiosas que proponen regresiones.
En casi todos los rincones del planeta hay ejemplos del avance del antisistema. Ahora, también Alemania dio su señal, con un batacazo ultraderechista que genera escozor en la mayoría democrática de los alemanes.
En Alemania, el antisistema ha llegado al Parlamento, mientras que en los Estados Unidos, desde la última elección presidencial, ocupa el Despacho Oval de la Casa Blanca.