La empresa Aguas Cordobesas celebró el cierre del programa “Construyendo Futuro 2024", con la...
Suscribite al canal de Los Turello.
Por Claudio Fantini. Donad Trump sigue sin reconocer la victoria de Joe Biden, oficializada por el voto del Colegio Electoral. De este modo, el aún presidente sigue intentando llevar el país hasta el borde de la violencia política. Ya no es una cuestión de dignidad personal y ética política. Se trata de una actitud peligrosa, porque su objetivo es invalidar una elección.
Una legión de abogados buceó actas y escrutinios tratando de encontrar pruebas del “fraude masivo”, que denunció Trump y que no se comprobó.
Más que la victoria de Joe Biden, el Colegio Electoral declaró la derrota de Donald Trump. Eso es lo más perturbador para quien, como él, divide la especie humana en ganadores y perdedores. Nada encuentra rescatable en la derrota. Sólo expresa debilidad.
Para Trump, los perdedores sólo merecen desprecio. Incluso los combatientes capturados por el enemigo, aunque hayan resistido heroicamente, como John McCain en un campo de concentración de Vietnam. Si lo capturó el Vietcong, entonces perdió, y si perdió, es débil y despreciable.
Nadie se había atrevido a semejante razonamiento. Trump sí. Y cuando también a él le llegó a lo que considera un certificado de fracaso y debilidad, su reacción fue negar la realidad.
Para Donald John Trump, esa realidad visible y contundente, sencillamente no existe. Él no perdió. Lo que se impuso fue “el fraude”.
La realidad lo muestra negando lo evidente. En los hechos, lo único que logró Trump denunciando una conspiración del establishment y de “los comunistas” fue multiplicar su derrota.
Además de haber sido vencido en el voto directo de los ciudadanos y en el voto de los electores, Trump fue derrotado en todos los tribunales estaduales donde buscó revertir con denuncias el resultado en las urnas.
Finalmente, fue vencido en la Corte Suprema de los Estados Unidos, a pesar de que acababa de consolidar una desequilibrante mayoría ultraconservadora con el nombramiento de Amy Coney Barrett en el asiento vacante por la muerte de la progresista Ruth Bader Ginsburg.
A través del vicegobernador de Texas, Dan Patrick, llegó a ofrecer una fortuna a repartir entre quienes aportaran en todo el país pruebas que permitieran denunciar el fraude.
Buscaba anular el voto popular mediante un artilugio para que en los Estados donde perdió, en lugar de enviar los electores, envíen al Colegio Electoral personas elegidas por las legislaturas locales con mayoría republicana.
Para millones de norteamericanos, la realidad visible importa menos que la emoción. Y Trump logró activar las emociones de sectores recalcitrantes de la sociedad.
Trump activó los sentimientos recalcitrantes en millones de ciudadanos contra el establishment político, al que ven como una casta de hipócritas que sólo sabe sonreír y embaucar, además de quienes detestan a las elites intelectuales y demás exponentes del ámbito cultural.
Una multitud inmensa que, como ocurre en otras partes del mundo, con liderazgos disruptivos de izquierdas y derechas, prescinden de la realidad visible para tomar como real sólo aquello que se condiga con sus propias convicciones.