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Por Juan Turello. La economía también se nutre de la política, como una de las señales que reciben las empresas y familias a la hora de tomar decisiones, señala el comienzo de mi nota en La Voz. El Gobierno debe leer con detenimiento las multitudinarias manifestaciones de docentes y de sectores del trabajo y tomar sus decisiones.
Hay, por cierto, intereses partidarios ligados al kirchnerismo y a la izquierda en esas manifestaciones. Son los grupos que alientan la derrota –a cualquier costo para la sociedad- del gobierno de Mauricio Macri.
Los gremios manejan recursos por unos 200 mil millones de pesos por la cuota sindical, el aporte a las obras sociales y otros ingresos, según cálculos de economistas ortodoxos. El manejo de semejante masa de fondos está en el trasfondo de las violentas peleas que se exponen en la calle.
Lo que la administración macrista debe interpretar es el mensaje que le envía buena parte de la sociedad
–representada por docentes y trabajadores comunes- sobre una inflación asfixiante y la caída del empleo.
El consumo cayó 4% en 2016, según la medición de la consultora CCR. Este año se recuperará, pero la mejora será por sectores, no de un modo generalizado. Habrá actividades que apenas repetirán la performance del año pasado, señalan expertos en el mercado interno. No alcanzará para que exista una sensación de bienestar generalizado.
El modelo de sustituir el aliento al consumo que practicó el kirchnerismo –hasta dejar sin pesos al Estado y sin dólares al Banco Central- por un flujo de inversiones y la aplicación de las reglas del mercado no dio los resultados esperados.
El modo en que los violentos atacaron el palco de la CGT retrotrajo las peores imágenes del peronismo. Las empresas no colocarán un peso más hasta conocer qué grado de gobernabilidad conservará Macri tras las elecciones legislativas del 22 de octubre próximo.
Tampoco el “tridente” que conduce la administración –Marcos Peña, Gustavo Lopetegui y Mario Quintana- logra instalar con un lenguaje contundente, la opción de “cambio cultural” al que se enfrentará la Argentina en las urnas.
El pasaje de un presente gris a un futuro promisorio está lejos de ser expuesto con acierto por los principales funcionarios de Macri.
Hasta la Unión Industrial Argentina (UIA) se quejó de la caída de la actividad, la falta de competitividad (léase la baja del dólar) y el aumento del 17% en 2016 de las importaciones de bienes durables.
El campo aportará una cosecha récord de 121 millones de toneladas, con una diferencia en valor de unos 2.000 millones de dólares con respecto a la del ciclo anterior, calcula el economista Juan Manuel Garzón. La venta de maquinaria agrícola se recuperó con fuerza. La obra pública sería otro de los factores que alentará la demanda agregada.
Y no más. La caída de Brasil en la mayor recesión de su historia torna gris el futuro de la producción de la industria para este año. El caso más grave es el de las terminales automotrices y sus anillos de proveedores. Las ventas de vehículos crecerán 10% (más de 750 mil vehículos), con una fuerte incidencia de los importados. Le irá mejor a las concesionarias que a las fábricas.
La calle necesita la descripción de una realidad sensata para no convertirse en un escenario conflictivo, que aleje aún más a la Argentina del resto del mundo.